Molina brindó una gran faena a su madre en el cielo

Pedro Belmonte
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Pinar y el novillero cortaron dos orejas por coleta, Jesús Moreno paseó un apéndice y Miguel Tendero, Sergio Serrano y Francisco José Mazo fueron ovacionados

Sentido minuto de silencio tras el paseíllo. - Foto: Rubén Serrallé.

La tarde fue de emociones, como casi siempre ocurre en este festival tan nuestro como es el del Cotolengo, aunque en esta ocasión, hubo circunstancias que lo hacían mucho mas emotivo. La madre de José Fernando Molina, fallecida hace apenas tres días, fue la receptora de uno de los brindis más sentidos de los que uno, que ya es pureta, haya vivido en una plaza de toros. Todos hemos asistido a momentos sensibles, pero lo de ayer, nos abrió las carnes, pues un torero, en este caso novillero, con un sentimiento fuerte por lo que hace, estuvo especialmente motivado para que su madre, la que ha tenido que sufrir sus avatares taurinos, para que su hijo fuese feliz, ha tenido que estar orgullosa de tener un hijo que supo superar todas las penas para ofrecerle una tarde plena, con torería y hecho un hombre, ante un novillo, que sin ser facilón, pudo cuajarle una de las mejores faenas que Molina, haya interpretado en esta su plaza. La plaza le dedicó una gran ovación, que le obligó a saludar antes de la salida de su oponente, recibiéndolo a porta gayola con una larga cambiada y muy entonado con el capote. El brindis, de rodillas en la boca de riego a su madre, emocionó a los aficionados, pero que nadie pueda creer que le regalaron los oídos y su trasteo, ya que fue de buen hacer. Otro detalle pudimos disfrutar, como el que la banda de música, dirigida por el maestro Alberto Nevado, le arrancó la música, antes de ponerse con la muleta, lo que todavía pone mayor énfasis en lo que el mundo del toro tiene de emocionante. Molina le dio sitio al de José Cruz, que respondió con franqueza, templando esas embestidas que cautivaron al aficionado. El animal fue perdiendo fuelle, aunque tuvo nobleza, repetición y poca casta, pero allí estaba José Fernando que puso lo que el animal no tenía, logrando una gran comunión con el tendido, sin que nadie por puro sentimentalismo, le regalara nada. Lo entendió bien, le sacó lo que tenía, con una seriedad y responsabilidad que merece más sitio en los carteles. Un pinchazo arriba y una estocada después, hizo que la plaza le pidiera las dos orejas e incluso el rabo. Paseó el doble trofeo por el albero.

La tarde había comenzado con el homenaje al gran Pimpi de Albacete, persona querida y que forma parte de la historia de la Tauromaquia de Albacete, gran profesional y buen picador, valedor de este festival junto al maestro Dámaso, donde a los pies de su escultura, quisieron posar los toreros antes de entrar en la plaza. El paseíllo tuvo usía, con un Pimpi emocionado y entregado a la causa y algo curioso, ya que el maestro Andrés Palacios, ausente en el cartel, hizo el paseíllo como monosabio, colaborando en un festival donde no se le dio el sitio que merecía. La plataforma También Somos Cultura, entregó el original del cuadro que anunció el festival, pintado por Paco Gabaldón, al gran Juan Cantos, pagado por la misma plataforma, y cuya recaudación fue a parar al Cotolengo, por parte del propio pintor, el excelente aficionado Rafael Zapaterito y Juan Avendaño, otro de los notables de la plataforma.

El primer toro de la tarde fue un ejemplar de Fuente Ymbro, con el trapío sobrado para una feria como al de Albacete, al que Rubén Pinar recibió suave y templado con la capa y que tras un puyazo medido y preciso de Agustín Moreno, le quitó por delantales, siendo especialmente bien lidiado por Candelas. Brindó a José Fernando Molina, como casi todos los toreros y Rubén estuvo francamente bien con el toro, dejándole la muleta en la cara, mandándole y pudiendo con el de Gallardo, que no regaló ninguna embestida, demostrando, una vez más, que Pinar está en un momento de madurez técnica y artística que hay que aprovechar. Mandón, templado y con la cabeza clara, lo que propició que tras un pinchazo arriba y una estocada, el de Santiago de Mora pasease las primeras dos orejas de la tarde.

Muy encajado recibió con el capote Miguel Tendero al segundo de la tarde, un toro de Los Chospes con el que se adornó en el primer tercio, y al que fue complicado picar, ya que rehuyó al caballo en dos ocasiones y Tendero prefirió dejarlo crudo. El toro tuvo siempre la inercia de irse a las tablas, por lo que Miguel lo sacó a las afueras y a base de dejarle la muleta en la cara, pudo conjuntar una faena plena de técnica y ganas. Muy bien Tendero, que de haber acertado con la espada, podría haber paseado algún trofeo, pero que la cruceta le privó de ello, conformándose con una ovación, lo que le ratifica el buen momento por el que atraviesa. Otro torero que tuvo en su mente la reciente falta de su padre, a quien seguro brindó un trasteo con profundidad y sentimiento.

Destacó con el capote. Sergio Serrano tuvo ante sí a un ejemplar de Domingo Hernández, al que cuajó perfectamente con el capote, pero que en la muleta tuvo un comportamiento bobalicón y sin entrega, teniendo ante él a un torero con un gran sitio, cuajándolo a la perfección, con mando, templado y muy quieto, estando muy por encima de las condiciones del toro, con el que terminó adornándose con bernardinas. La espada, le privó de trofeos, que de haber sido a la primera, los habría paseado.

A porta gayola recibió Jesús Moreno al ejemplar de Samuel Flores, con el hierro de la F. Galleó por chicuelinas para llevarlo al caballo y su faena tuvo la característica del temple y la ligazón, aunque el animal tampoco le apretó mucho, pues le faltó algo de casta, aunque desarrolló nobleza, pero poca transmisión. Moreno nunca evidenció la falta de continuidad y anduvo a un buen nivel con el de Samuel, y una estocada caída le dio la opción de pasear una merecida oreja.

Finalizó la tarde el alumno de la Escuela Taurina de Albacete, Francisco José Mazo, a quien la espada se le atragantó, tras un trasteo con mucho mérito, a un eral que se movió mucho, pegajoso y exigente. Lo había recibido con una larga cambiada de rodillas en el tercio al de Venta Nueva, lo que antes se le conocía como los "juanandreses", brindándolo a su amigo Molina, como lo hicieron algunos de sus compañeros. Buenas intenciones con un animal que tuvo mucha gasolina y al que le hubiese venido muy bien un pequeño puyacito. Se atascó con la espada y recogió una ovación.