Javier Ruiz

LA FORTUNA CON SESO

Javier Ruiz


El mar

02/06/2022

Dijo Emiliano García-Page el otro día en Puertollano que hace cuarenta años solo el cuarenta por ciento de los castellano-manchegos había conocido el mar. El mar, la mar, solo la mar, que diría Alberti. Andado el tiempo, como el propio presidente indicaba, únicamente aquellos que no quisieran o deseasen, renunciaron a esa experiencia. Se trata de una de las cosas más traumáticas para quienes nacimos en la llanura, una metafísica experimental fuera de coordenadas, un encuentro con la eternidad que jamás nunca, por vueltas que dé la vida, se olvida. Yo conocí el mar a los trece años, casi como niño pobre, y aún hoy se me saltan las lágrimas cuando lo recuerdo. Es como si Dios existiese y te abriera las ventanas de par en par en el cuarto de tu habitación. Fue una bocanada inesperada, un rendirte de rodillas, un llanto hacia dentro. Y así seguimos, llorando casi medio siglo después.
El mar para los de la llanura es un ser mágico, óntico, indescifrable. Cada verano voy al mar solo para sentirme vivo y contar un año más. No lo confieso nunca hasta hoy, pero es la pura realidad. Es como si a un Cromagnon lo llevas a Nueva York a ver el mundo. Así me siento cada julio cuando voy a la playa. Estoy por ponerme calcetines blancos con sandalias para acentuar más la sensación de guiry. Pero es que me da por llorar, como ante los Reyes Magos. La llanura hiende de tal manera el corazón de los hombres que encala de arriba abajo sus corazones hasta hacerlos herméticos. Y solo los humedales del Mediterráneo o el Atlántico hacen barro los huesos levantados a través del sol y el viento.
Cuando leía de pequeño a Alberti o Baroja no los entendía en absoluto. Los miraba como las vacas al tren, pensando en lo que decían esos señores y no comprendía. Yo soy un viejo del Imserso atrasado, pero con todas las credenciales. Mis padres fueron de viaje de novios a Mallorca y dicen que me llevaron de chico a la playa, pero yo es que ni me acuerdo. Quiero tanto a Benidorm porque ahí descubrí la otra parte de la vida, el agua de la materia, el desagüe de la existencia. Para colmo, tengo psoriasis y solo se me quita cuando me baño en el mar. Como los ciegos y muertos de corazón en el Jordán. Así está la vida y la carestía.
Page es un maestro de las emociones y no es dorar la píldora. Lo recuerdo en la última entrevista que le hice antes de las elecciones de 2011, cuando aspiraba a revalidar la Alcaldía de Toledo. Era entonces mayo y su hijo hacía la comunión. Contó en la radio, rodeado de sus fieles, que el niño le preguntó la noche antes si iría al evento. A lo cual, el presidente contestó que cómo no lo iba a hacer por más campañas que hubiera. Ahí, en esa entrevista, lloró hasta el apuntador. Gabri, Margarita, Perezagua, que no sé si estaba, pero debiera estarlo… Y a mí se me formó un nudo en la garganta. Comparable al de Bono cuando un día de la mujer dijo que su madre o su abuela ahora sí que podían enhebrar la aguja con las gafas gordas que la óptica les dispuso. Soy un sentimental y no valgo para a política, lo sé. Pero creo que no voy a cambiar.
El mar, la mar, mi blusa de marinero… Es un bofetón total para quienes somos de la llanura. Igual que Don Quijote, que perdió en las playas de Barcelona… Pero si no hubiera sido por su locura, jamás hubiese acudido allá. Desde entonces, entiendo el Quijote y lo que Cervantes quiso transmitir. Una vida sin relato, sin pasión ni amargura por conseguirlo no merece la pena ser vivida. El mar, la mar… Otro año me espera para deshacerme y llorar cuando no haya testigos.