Pedro J. García

Pedro J. García


La matanza

10/12/2021

Las tradicionales matanzas de cerdos que antaño organizaban las familias en la mayoría de municipios por estas fechas me trae a la mente la película Único testigo, donde los amish son los protagonistas. Se trata de una comunidad con un estilo de vida sencillo y solidario, todos dispuestos para ayudar al que lo necesita. Las matanzas del cerdo eran eso, sencillez y solidaridad entre familiares que se organizaban para que cada fin de semana o festivo de este mes, principalmente, se celebrase la de cada casa. En mi familia, mi tío José era el encargado de la matanza y de descuartizar a los cerdos y todos los demás, hombres y mujeres, se repartían las tareas para que en un par de días los embutidos, los jamones y todo lo aprovechable del cerdo estuviera listo para su curación y posterior consumo a lo largo del año. 
Era como una liturgia desde primera hora de la mañana, con el café y las copas para que el cuerpo entrase en calor, junto a una gran lumbre que también servía para calentar agua y hacer la comida, el ajo de mataero. Cuando eras niño jugabas con la envidia sana de ver a tus primos mayores, porque ellos ya eran partícipes de la ceremonia, no sólo por colaborar en las labores de la matanza, sino también porque formaban parte del corro de los mayores a la hora de comer. El año que entrabas en el selecto grupo era como ponerte una medalla, porque ya tenías consideración de adulto.
Las tradicionales matanzas casi han desaparecido, la mayoría de mis tíos fallecieron y a mis primos los veo lo justo, no sólo por las restricciones vividas por la pandemia, sino por el ritmo de vida de una sociedad que avanza, pero que pierde muchos valores por el camino.