Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


El champán

29/10/2022

58 es el número tatuado en la muñeca del presidente andaluz. Prometió a los suyos el tatuaje caso de la proeza    -la mayoría absoluta-. Cuando se gana el poder de modo absoluto se pierde la perspectiva. Lo primero que hizo el presidente andaluz fue darse un atracón barroco, firmando el decreto que eliminaba impuestos, como un gobernante caribeño. Ganar de manera absoluta, con brillantez, en el granero socialista, conllevaba laminar y hacerse con el voto de Ciudadanos. Moreno no ha fallado. Pero el tatuaje y la pomposa firma anuncian el champán -se sube a la cabeza del hombre público-. Adolfo Suárez abrazó a Yasser Arafat -del que Oriana Fallaci dijo que era «un puñado de aire»-. Los efectos del champán definen poco al magistrado -y es seguro que el político que gobierna en coalición o en minoría también lo bebe, pero quizá lo beba más en privado, sin asumir el riesgo del que se despreocupa en su mayoría absoluta. Felipe González era él solo una monarquía -como tal no sólo ha sido el político español de mayor talla, también lo fue el mejor bebedor de champán: inolvidables sus paseos en lancha con Edén Pastora, en el Panamá, orlando los afanes de nuestra América-. José María Aznar, antes de la foto de las Azores, antes incluso de ganar las elecciones, bebió un champán muy arriesgado, y del brazo de María Asunción Mateo, departió con Rafael Alberti, salido de una operación y con 93 años -yo le había visto en Almagro despacharse dos botellas de tinto, en 1978, en una cena que empezó con formalismos y acabó en el recitar tan curvado de Alberti (Umbral lo saludó, a su llegada, como «el más joven de los poetas jóvenes»)-. La política hace estas cosas. La muñeca tatuada del presidente andaluz -58- es una muesca de triunfo -pero a este tipo de triunfos les sigue siempre una pertinaz resaca-. Las resacas en política difieren poco de las resacas privadas. Pero hay un matiz que las distingue: todo el mundo puede verlas. Las de Arafat y Pastora eran resacas de aventureros; quizá la de Aznar era más revirada -son las peores-. Al tatuado presidente andaluz se le ha subido el champán a la cabeza. Los auténticos tatuajes son levantiscos y amargos. El tatuaje de Moreno es de pega.