Eloy M. Cebrián

Eloy M. Cebrián


Pegasus

13/05/2022

Hace unos meses fui víctima de un fraude informático conocido como smishing. Los malos se las arreglaron (con mi colaboración involuntaria, seguramente) para clonar la SIM de mi móvil, comunicarse con mi banco y obtener mis datos. Lo que siguió fue un baile de miles de euros en mis cuentas que, de no haber sido por las salvaguardas de las entidades, me habría supuesto un grave quebranto económico. De lo que no me libré fue de la sensación de ser un tontarra, una víctima en potencia de cualquiera que quisiera quedarse con mi dinero. Esa debe de ser la sensación que les ha quedado a Pedro Sánchez y a los miembros del Gobierno espiados con el programa Pegasus. Es más, creo que les honra el hecho de haber confesado que se han colado en sus móviles y les han birlado información, porque viene a ser un reconocimiento tácito de que muy espabilados no son, y eso por no hablar de la escasa pericia de los responsables de la seguridad en las comunicaciones. Aunque según algunos analistas el reconocimiento de la intrusión obedece a otros motivos que poco tienen que ver con la transparencia, que en estos ámbitos suele brillar por su ausencia. Los políticos separatistas acusaban al CNI de haberles espiado los móviles a instancias del Gobierno y, empleando una treta de despiste, el Gobierno ha contestado: «¿Cómo vamos a espiaros los móviles si somos igual de tontos que vosotros o más?» Y lo cierto es que en todo este sainete no aparece por ningún sitio el prototipo del superhácker informático capaz de colarse en cualquier sitio, robar lo que le dé la gana y marcharse sin dejar rastro. Más que Tom Cruise y sus compañeros de Misión imposible, parece que aquí han vuelto a actuar Mortadelo y Filemón, que siempre serán nuestros héroes, pero a los que no confiaríamos ningún asunto de inteligencia militar, por si acaso.