Fin de curso con el gobierno en estado crítico

Pilar Cernuda
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El Gabinete llega al verano con la credibilidad muy dañada y Sánchez empeñado en un triunfalismo que rebaten la crisis y la inflación

Fin de curso con el gobierno en estado crítico - Foto: Chema Moya

Llega agosto, y con él se dispersan los dirigentes políticos, que se toman unas semanas de vacaciones. Es el fin del curso político, en esta ocasión con cifras preocupantes para los españoles y con un Gobierno debilitado, tenso, desprestigiado, que mira hacia Pedro Sánchez, queriendo creer que lo que les transmite es cierto: que va a ganar las elecciones, que la culpa de todo es de la falta de sentido de Estado del PP, que en política un año y medio es tiempo suficiente para dar la vuelta a las encuestas… y que el semestre en el que ocupará la Presidencia de turno europea, de junio a finales de diciembre, será fundamental para que los españoles lo vean como un estadista que se codea con los hombres y mujeres más importantes del mundo… y le votarán para que se mantenga en el Gobierno.

Pedro Sánchez pasará las vacaciones en familia, primero en Lanzarote, y después en Doñana, y en principio convocará Consejo de Ministros la última semana del mes. Alberto Núñez Feijóo también tendrá vacaciones familiares en la casa que tiene en la ría de Vigo y ha convocado comité de dirección del PP los dos últimos lunes de agosto. Sánchez sigue diciendo que completará la legislatura, lo que significa que las elecciones se celebrarán a finales del 2023, en enero a lo más tardar, pero Feijóo ha dado instrucciones de que el partido debe estar preparado porque puedan celebrarse en cualquier momento. 

De hecho, el presidente del PP lleva semanas dedicando parte de su tiempo a viajar por toda España para poner el partido a punto e impartiendo instrucciones a líderes regionales y municipales para que tengan la maquinaria bien engrasada. Les pone como ejemplo lo ocurrido en Andalucía. Una buena gestión, a la que se suma una campaña inteligentemente diseñada, enfocada en abordar los problemas de los ciudadanos, ha dado un resultado mucho mejor del que se preveía, con una mayoría absoluta que ha roto esquemas: no han necesitado el voto de Vox para gobernar y el PSOE ha perdido su feudo más importante, lo que le hace más difícil conseguir un buen resultado nacional cuando toquen generales.

El final de curso político encuentra al PSOE con su credibilidad muy dañada, lo que recogen las encuestas; Sánchez tendrá que empeñarse mucho para transmitir credibilidad a los socialistas cuando les asegura que España va bien y él puede ganar las elecciones.

Pone el acento en las grandes cifras y en su talla internacional, pero después de tres años de Gobierno la mayoría de los españoles ya sufren en su propia casa las consecuencias de la política del día a día. Las cifras de empleo, buenas, no ocultan que se trata de empleo precario, que considera indefinido a los fijos discontinuos y, además, las del último mes son estacionarias; un porcentaje alto del nuevo empleo finalizará en septiembre y octubre. Lo peor es la inflación, disparada. Más la subida inclemente del recibo de la luz, la incertidumbre sobre el futuro de las pensiones y el temor a que el incremento de la fiscalidad y exigencias laborales obliguen a cierre de empresas. 

Nuevos impuestos. El Gobierno busca recaudar subiendo impuestos a bancos y energéticas y asegura que pondrá en marcha una legislación que impida que esa subida repercuta en los ciudadanos. 

Cuidado, porque la Unión Europea cuenta también con normativas que prohiben legislar en contra de los intereses de las empresas. Y aunque Sánchez no hace excesivo caso a Bruselas, puede exponerse a que en un momento determinado le exijan corregir determinadas decisiones. A la UE no le gusta atar en corto, pero no duda en hacerlo si un país miembro se desmanda.

 El Gobierno se encuentra en una situación delicada. Este año ha continuado el llamado asalto a las instituciones tan a cara descubierta y sin complejos como nunca hasta ahora se había visto, hasta el punto de que la UE ha dado varios avisos sobre la politización de las instancias judiciales, y le queda por ultimar el asalto al Tribunal Constitucional en una maniobra escandalosa en la que se utiliza al CGPJ a conveniencia. Todo con tal de que el TC falle a favor del Gobierno en determinados recursos: desde la ley catalana que recoge que no es obligatorio que el 25 por ciento de las clases se impartan en castellano, hasta el aborto o la ley Trans, cuestionada entre otros por el colectivo feminista del PSOE. 

Sin olvidar lo ocurrido con la sentencia condenatoria de los ERE, recurrida también al TC. Por no mencionar que para Sánchez y su intención de indultar a los condenados convendría que tuviera el visto bueno de un Constitucional en el que quieren poner como presidente a Conde Pumpido.

Un personaje no fiable 

El balance que ha hecho Sánchez del año no coincide con el espíritu que se vive mayoritariamente en la calle, recogido en estas líneas. Su triunfalismo se circunscribe al llamado sanchismo, que decrece a medida que pasan los meses.

Coincide con el cambio en la dirección del PP. Los argumentos de Sánchez para hacer llegar a sus seguidores la convicción de que va a ganar las elecciones han encontrado un escollo en el camino: sus alegatos podían convencer a los socialistas cuando la alternativa era Pablo Casado, pero las cosas han cambiado sensiblemente para el PSOE de Sánchez con la elección de Feijóo como nuevo presidente del PP. El efecto Feijóo ha sido fundamental en las elecciones andaluzas, lo recogen todos los sondeos y, por mucho que Sánchez trate de ningunearle, el incremento del voto al gallego es incuestionable. Lo ha reconocido el propio CIS de Tezanos. Primera vez que lo hace.

Cambios e incertidumbres

Vox se estanca. Se equivocó en Andalucía presentando a Macarena Olona como candidata. En la sede de la calle Bambú llevan semanas revisando su estrategia para el nuevo curso. Se prevén cambios en el equipo y se han ido de vacaciones con un encargo: pensar nombres para las candidaturas de mayo. 

También en Ciudadanos toman medidas. Inés Arrimadas no se da por vencida. Ha intentado algunos fichajes mediáticos para las elecciones municipales y autonómicas, pero hasta ahora no ha conseguido respuestas afirmativas. En el PP siguen diciendo que mantienen la mano tendida, pero los naranjas se resisten a cualquier tipo de acuerdo que pase por incorporarse a unas listas sin sus señas de identidad. 

Las perspectivas de futuro no son buenas. Como tampoco lo son para Podemos, aunque es peor la situación de Yolanda Díaz. Se confirma lo que decía Alfonso Guerra hace unas semanas, que es un bluf, como bien saben muchos gallegos que conocen su trayectoria. Su plataforma no acaba de concretarse y, lo peor, se ha convertido en carne de memes por la inconcreción de su discurso, en muchos casos absolutamente incomprensible.

En verano, además de descanso, a los políticos les toca reflexionar. Y es Sánchez el que debe hacerlo con más empeño. Su triunfalismo ya no convence, sus medidas para superar la crisis económicas tampoco. Su talla internacional es perfectamente descriptible, con errores importantes como el cambio de posición respecto al Sáhara y sus previsibles consecuencias. Y, en cuanto a una de las cuestiones más importantes para España, el independentismo catalán, no ha dado un solo paso sensato más allá de ceder ante las exigencias de ERC. 

Pedro Sánchez tendría que reflexionar en serio si pretende conseguir lo que dice que tiene al alcance de la mano: seguir siendo presidente de Gobierno. Mucho tendría que cambiar el próximo curso político para hacer efectivas sus aspiraciones. Hoy, a pesar de que gana votaciones en el Congreso, que consigue colocar a sus afines en las instituciones y que será presidente de turno de la UE en último semestre del 2023, es un personaje que mayoritariamente es considerado no fiable.