Eloy M. Cebrián

Eloy M. Cebrián


Hinchas

18/11/2022

Se nos ha dicho que las pandillas de seguidores de las distintas selecciones de fútbol que recorren las calles de Doha, capital de Catar, son más falsos que un directo de Milli Vanilli, y lo cierto es que esos hinchas «españoles» despiden un tufo inequívoco a sobaco foráneo. Solo falta un Manolo el del bombo con turbante y barba de sij. Y líbrenme Dios y san Diego Maradona de caer en la xenofobia, y menos hablando de fútbol, que es asunto que me los trae al pairo por sotavento. Por otro lado, nada sería tan alentador para las aspiraciones de la selección española como tener una hinchada multiétnica y multinacional, al estilo de Viva la Gente y United Colors Of Benneton, lo que haría juego con la propia selección y con este crisol étnico que empieza a ser este país nuestro al que representa. Parece, sin embargo, que esa alegre y disciplina hinchada es postiza, por no decir mercenaria, y que está compuesta por los mismos trabajadores que han construido los estadios, esa mano de obra migrante que, al parecer, ha sufrido condiciones laborales parecidas a las de los constructores de las pirámides bajo la férula faraónica. Si esto fuera cierto, me parecería una ridiculez amén de una inmoralidad, aunque no mayor que la de celebrar un acontecimiento de esta relevancia en un país que parece sacado de una aventura de Mortadelo y Filemón (aunque sin gracia), una monarquía medieval donde no se respetan los derechos humanos ni Cristo que lo fundó. Es más, empiezo a sospechar que el propio reino de Catar sea tan falso como los hinchas que salen por la tele, es decir, que sea el invento de algún jeque podrido de petrodólares que, para entretenerse, ha decidido organizarse un torneo en medio del desierto, un mundial-espejismo en el que lo único real son los miles de millones gastados en estadios, en propaganda y en sobornos-. Lo que se va a reír, el muy cabrito.