Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


Odio africano

28/05/2022

A mediados de mayo padecimos calor africano. Los viejos tienden -ya tendemos- en verano a hablar de médicos, arrendamientos y del calor -y el calor, la enfermedad y el arriendo son asuntos de conversación en los autobuses urbanos-. En 1995, gracias al inolvidable Carlos Sempere, me dediqué a recorrer, un día tras otro, la entonces línea 2 del autobús urbano, y de allí nació un libro -Viaje en autobús- que era mi particular homenaje doméstico a Josep Pla. En aquellos viajes se hablaba del calor y jamás del odio africano. Quiso el azar que en Sanxenxo se atemperaran calor y odio. Amílcar Barca trasmitió el odio africano a Roma, de generación en generación, de una manera áspera y cruel. Y no era raro -más bien era la norma- convivir con el africano calor (al que han denominado como bestia africana algunos entusiastas de la desmesura) en el sur de España y en los tiempos de Cartago. Los viejos tienden -tendemos- a cierta templanza, pero es justo decir que el odio africano que Amílcar inculcó a los suyos, no sólo lo era a Escipión, lo era a todo el modo de vivir romano -y, sin embargo, no dejó de ser el odio de un gran estratega-. En Sanxenxo el calor no llegó a los 22 grados, pero la presencia de un español notable, desató odio africano -y el odiar a un hombre puede ser aceptable y comprensible; pero ya no lo es tanto odiar lo que fue un modo de vivir prudente y que sentó las bases de la prosperidad y del europeísmo-. En los años 80 muy pocos sentían odio por otros en España -quizá hubo bravos rencores- y el calor se soportaba al modo antiguo, en un vivir más pausado, de modo y suerte que era un calor presentido -la canícula- y de oleaje ya sabido, tiempo de sosiego y descanso para afrontar el nuevo curso -y era nuevo, nueva la libertad recobrada, los altos valores constitucionales erguidos nuevos-. Y nadie hablaba (al menos en el autobús que yo tomaba) de calor africano, todo lo más había un suspiro compartido. En los 80 el odio pudo ser personal o privado, pero nadie odiaba a otro para odiar a muchos o para odiar un exitoso modo de vivir. En Sanxenxo no hubo calor africano. Sí lo hubo africano de una minoría -odio-. Atroz y paupérrimo.