En el ámbito del lenguaje musical, lo que toda la vida hemos llamado solfeo, el «compás» es la convención que permite tener una referencia exacta de la medida que hacemos del uso del tiempo, un parámetro fundamental en la música, y la organización. Tradicionalmente se dice que los «tiempos» de un compás se clasifican en fuertes y débiles, quizá por la sencilla razón de poder tomar como referencia, por ejemplo, el primer de ellos (fuerte) para establecer la frontera entre la sucesión de unos y otros. Es algo que entra en conflicto con el discurrir del discurso musical si imaginamos una estructura, una frase, que se expone en varios compases donde la evolución de intensidad (solemos decir «dinámica») sea ascendente o descendente, independientemente del lugar que ocupe el primer tiempo de cualquiera de los compases que lo conforman. Y es que una cosa es la unidad de una estructura gramatical que en música tenga sentido por sí misma, con una evolución determinada, y otra cosa es, aunque siempre complementario, la evolución de la las partes que la integran. El fenómeno de la holística se da mucho en música, pues con frecuencia la suma de las partes da un resultado superior en su unidad a lo que matemáticamente (pensamiento difícil de aislar en música, por ser arte además de ciencia) produce dicha suma. Esto ocurre tanto en los ámbitos de la creación de una partitura como en la recreación de la misma en el proceso performativo, pues, tanto en los casos de música de cámara como orquestal, lo que se oye como resultado final de la suma de las interpretaciones de cada individuo es superior al convertirse en un instrumento único, mayor que la suma de todos y, a la vez, contenedor de cada sutileza individual.
En línea de lo contradictorio de clasificar tiempos fuertes y débiles en el transcurso de un discurso musical tenemos también el ejemplo de que los hay sin compases predefinidos, …con numerosos ejemplos que incluyen obras de Couperin y tantos otros.
Pero si pensamos en la danza es más fácil que comprendamos la utilidad de esa básica clasificación fuerte-débil. Hoy, día en que se estrenó en 1866, hace más de siglo y medio, el más famoso de los valses que existen, El Danubio Azul de Johann Strauss hijo, dedicamos La Tribuna Musical al vals, término nacido en el S.XVIII (cuando se introdujo como baile en la ópera y en el ballet), que procede del galicismo valse, derivado del germanismo Walzer (del verbo alemán walzen, «girar, rodar») y que se define como un elegante baile de salón, evolucionado desde una danza antigua originaria del Tirol (Austria) y del sur de Alemania en el S.XII.
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