El Albacete Balompié ha vuelto a firmar una paupérrima actuación en la Copa del Rey, con una eliminación prematura frente a un rival de inferior categoría que no ha hecho otra cosa que confirmar el -al menos aparentemente- escaso interés por una competición que, sin constituir una prioridad, al menos suele servir para intentar obtener una partida de ingresos que, en algunas ocasiones, no han sido cosa menor para equilibrar el presupuesto de la temporada, ese aspecto que no hace tanto se hacía público.

El caso es que el torneo del KO no es precisamente una especialidad de un Albacete para el que ya queda lejos su mejor actuación en el mismo, allá por 1995, cuando no anduvo lejos de disputar la final tras caer con el Valencia en la penúltima eliminatoria.

Desde entonces todo ha sido mediocridad, en especial en un siglo XXI en el que, de 23 participaciones, en 16 quedó fuera a las primeras de cambio, muchas veces contra equipos de inferior categoría, que le apartaron de competir por cotas mayores.

Tan solo en la temporada 2011-2012 los blancos fueron capaces de completar un torneo digno de recuerdo. Tras uno de los descensos recurrentes en la última década, Antonio Gómez se hizo cargo del equipo con un proyecto de tres campañas que pactó con el Consejo de Administración dirigido por Rafael Candel. En aquel primer año (fue destituido al segundo), el equipo blanco, entonces en Segunda B, fue superando eliminatorias. 

Primero derrotó al Jaén y Alavés en el Carlos Belmonte para plantarse en los dieciseisavos de final, donde dio cuenta del Atlético de Madrid al que venció en los dos partidos (2-1 y 0-1) con aquel recordado gol de Víctor Curto en el Vicente Calderón. Ya en octavos de final no pudo consumar una hazaña mayor frente al Athletic Club.

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