Editorial

El proyecto de la 'superliga' trasciende al mundo del fútbol

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El anuncio de la creación de una ‘superliga’ entre los equipos más poderosos del viejo continente ha provocado una gran conmoción en el mundo del fútbol y en el ámbito de la política. Los grandes organismos internacionales, como la UEFA y la FIFA, han amenazado a los promotores de esa iniciativa, entre los que se encuentran los tres mandamás del fútbol español, Real Madrid, Barcelona y Atlético de Madrid, con tomar medidas drásticas por considerar la propuesta de «insolidaria» en tiempos de incertidumbre.

Los creadores de esta ‘superliga’, que tendrían su propia competición entre semana, con una participación máxima de 20 clubes, basan su decisión en modelos parecidos al de la liga de baloncesto de Estados Unidos (NBA) o la más cercana y de reciente creación Euroliga de baloncesto. Hay en juego unos 7.000 millones de euros, un negocio muy lucrativo que, en principio, se repartiría entre los integrantes para la sostenibilidad de unas sociedades deportivas golpeadas por la pandemia por la ausencia de público en los estadios.

Esta nueva competición echaría por tierra parte de la historia y de la tradición de este deporte y rompería con el sistema de méritos deportivos que hasta ahora ha regido en las ligas nacionales como trampolín a las competiciones continentales. Es tal el terremoto que casi todos los estados de Europa han criticado esta idea, que es recurrente, por «dañina» e «interesada».

El fútbol, pese a los escándalos de corrupción de sus grandes instituciones, mantiene un halo de popularidad y una identidad con ciertas capas de la sociedad que hacían que los equipos más modestos pudieran alcanzar hitos importantes. Sin embargo, la mercantilización de todo lo que rodea el deporte ha convertido las competiciones en meros shows y en grandes espectáculos de masas que ha arrastrado a sus máximas figuras a unos sueldos multimillonarios difíciles de sostener.

Es tal el poder de influencia del fútbol que esta propuesta ha trascendido lo meramente deportivo, puesto que detrás existen millones de ciudadanos y consumidores que ven cómo, en apenas unos meses, puede cambiar una estructura que, por más que se viniera negociando, parecía inamovible. Es un ejemplo de lo que puede ocurrir también en otros ámbitos: la concentración de capitales, de grandes empresas, de fusiones y monopolios para proteger exclusivamente el negocio. Por más que sus fundadores tengan buenas razones económicas y deportivas, el mensaje que está calando es de falta de solidaridad y de ausencia de valores en un momento en el que la sociedad debe dar ejemplo de todo lo contrario.