"Mi hijo no es solitario, pero le cuesta relacionarse"

Teresa Roldán
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Meri Laura Vega, madre de Santiago Mateo, un niño de cuatro años con autismo, relata el duro trago que vivió al recibir el diagnóstico, aunque ella ya se había adaptado a las rutinas y manías de su hijo

Santiago Mateo en su habitación con un kit de piezas de construcción. - Foto: Arturo Pérez

Santiago Mateo tiene cuatro años y fue el año pasado cuando su familia recibió el duro trago de que su hijo tenía autismo. Las sospechas de que algo no iba bien surgieron cuando con tres años Mateo no decía frases, sí hablaba palabras sueltas, pero no con dos o tres palabras seguidas, y eso hizo que sus padres le llevaran a su pediatra quién ya adelantó que no era normal ese retraso en el habla, «nos dijeron que lo que hacía en ese momento era propio de un niño con año y medio o dos años, pero no con tres». Entonces lo derivaron a un psicólogo infanto-juvenil donde una vez le explicaron las rutinas y manías de Mateo, éste profesional dijo a su madre Meri Laura Vega, que el niño tenía un desorden del desarrollo. 

«Al principio mi marido no lo entendía, pero yo sí tenía conocimiento de este trastorno, porque tengo un sobrino con autismo y más problemas de salud debido a que su madre sufrió complicaciones en el parto».

El psicólogo infantil los remitió a su neuróloga, a la doctora Carrascosa, que ya lo estaba tratando y conocía su historial médico porque con ocho meses este niño sufrió un ictus, un accidente cerebrovascular, y le venía haciendo el seguimiento para ver si la lesión causada en el cerebro podría afectarle a nivel de dificultades motoras. «Sin embargo, no ocurrió así, porque mi hijo con 11 meses empezó a caminar y todo iba muy bien hasta que cumplió los dos años, y empezaron las manías y las rutinas». 

Tanto el psicólogo como la neuropediatra aconsejaron a los padres de Mateo que lo llevaran a la Asociación Desarrollo para que le realizaran un diagnóstico de lo que le pasaba a su hijo, detección que llegó el verano pasado. «Nos gustó mucho, porque fue un diagnóstico muy amplio, te hacen una entrevista de casi tres horas, donde nos preguntaron absolutamente todo sobre su evolución y comportamiento desde el nacimiento, también observaron a mi hijo, jugaron con él para ver cómo actuaba, conversaron y todo ese tiempo, hora y media, lo grabaron», agregó Vega, que destacó la mejoría que ha experimentado su hijo desde que acude a terapia ocupacional en el centro de la asociación, todo ello de manera muy coordinada durante el curso escolar con sus maestros del colegio al que acude. «Desde el año pasado que va a la asociación ya habla más y hace cosas por sí mismo para las que antes necesitaba de nuestra ayuda, como subir solo las escaleras o coger el tenedor correctamente para comer».

Una vez se reinicien las clases Mateo tiene previsto comenzar terapia de psicología infantil en la Asociación Desarrollo Autismo de Albacete, donde ya sus padres reciben ese apoyo.

A pesar de la imagen que a primera vista nos viene a la cabeza de que la persona autista vive encerrada en su propio mundo y no se relaciona con el resto, no siempre es así. Es cierto, como afirma su madre, que a Mateo le cuesta relacionarse con otros chiquillos de su edad, «pero no es un niño solitario, es cariñoso y le gusta que le abracen, le gusta tener su espacio propio, pero no estar solo, aunque esté metido en su mundo, le gusta estar rodeado de personas». Además es muy organizado y tiene debilidad por las banderas de los países y los mapas, su capacidad de memorización con lo que le gusta no tiene límites.

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