Javier Ruiz

LA FORTUNA CON SESO

Javier Ruiz


El amor en un bar

03/02/2022

Febrero tiene mala prensa por los impacientes de la primavera. Sin embargo, es uno de los meses más categóricos del año, pues te define cómo será el resto en función de sus coordenadas. Salvo Carnaval, San Blas, la Candelaria y Santa Águeda, febrero busca su propia sombra igual que el perro. Es decir, son días negros de calendario, ásperos, fríos, limpios, desiertos de polvo y aire, perfectos para empezar aventuras nuevas con que surcar y alancear el resto del almanaque. Van creciendo los días igual que el vientre de las madres y horada cada tarde un rato la claridad a la noche. Este año trae además dos fechas simbólicas: el dos del dos del dos mil veintidós y su reflejo, el veintidós del dos del dos mil veintidós. Nada malo puede pasar y la luna lleva caramelos en su polisón de nardos. Además, es el mes de los enamorados por la leyenda de un tal Valentín, que se quedó ciego en la Roma tardía. Al amor se le representa así, ciego, sin vista, con los ojos tapados, lanzando sus flechas sin miramiento. Cupido hace de las suyas y todavía los filósofos, psicólogos y neurólogos andan buscando explicaciones. Yo les voy a dar una, poco sofisticada, pero enorme como una epístola de San Pablo a los Corintios.
Sandra y Javier fueron el martes por la noche a cenar al Embrujo, uno de los mejores sitios que ofrece la Ciudad Imperial para descansar y retirarse. Toledo está de moda y nunca dejará de estarlo, porque la piedra guarda entera el tesoro de la Historia y lo funde toda con el corazón del viajante. Se vinieron de Madrid a retirarse un tiempo de su ocupación y vida corriente. Tienen cinco hijos, uno detrás de otro, y no es fácil encontrar momentos libres con que cerrar el círculo y fortalecer la llama. Ellos lo hicieron un martes. Y él se la comía a besos y ella lo miraba como una colegiala. Por un momento, pensé que no era cierto. Que no eran verdad esas miradas de pasión y arrobamiento que yo veía en ellos. Y sí que lo eran. Tan verdad como que él le comía la boca a ella antes de morder el postre para conquistarla después. Y volverla a llevar consigo. Y hacerla de nuevo el amor igual que la vez primera y como el niño primero que vino al mundo. Todo eso se me pasó por la cabeza. Y me aparté y pensé y fui feliz.
Si Sandra y Javier son capaces de buscar el amor entre una botella de vino y un plato de jamón después de cinco hijos y una vida colmada de roces, noches, días y vigilias, es que existe la esperanza y anida al fondo del hombre. La Humanidad entera celebra que una pareja se mire como el primer día, se descubra de nuevo y arranque otra vez de cero, como si lo vivido no valiese más que para que el marcapasos de la historia no repita los mismos errores. Nos invitaron a una botella de vino, a mí y a mis amigos y vi cómo él era un torero de primera en plaza de categoría. El amor es física y química, dejó escrito Severo Ochoa probablemente en la definición más exacta elaborada hasta ahora. Uno es más paulista, aunque solo sea de formación, y añora siempre aquellos renglones que decían «ya pudiera yo tener todos los dones del mundo, que si no tengo amor soy como campana que suena o címbalo que retiñe». O volver a San Juan de la Cruz y el Cantar de los Cantares, y el rostro reclinar sobre el amado. El amor es la mayor obra del ser humano, hijo directo a partes iguales de la inteligencia y la emoción. Raúl, dueño del Embrujo, ya tiene para escribir un libro con lo que cada piedra de su bar pudiera hablar. Yo me ofrezco como negro, si las historias son tan bellas como las de Javier y Sandra.

ARCHIVADO EN: Roma, Toledo, Madrid