Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


Ruina

24/10/2020

Acabo de terminar las Memorias de Talleyrand por el azar caprichoso que en todo momento tiene la lectura. Godoy mintió tanto en sus Memorias a cuenta de su intervención en el tratado de Fontainebleau -aceptaba los reinos de Alemtejo y Algarbes, en propiedad y soberanía- que era buen momento para indagar el porqué dedicó tanto espacio (un libro entero) el príncipe de Talleyrand a España. El azar fue caprichoso por cuanto en los asuntos de Francia, a excepción de las Memorias de Chateaubriand, conviene ir de viejas y firmes manos. Leí, hace bien poco, el apasionante libro de Simon Schama (Ciudadanos. Una crónica de la Revolución Francesa) para afinar el memorable trabajo de Pedro J. Ramírez -El primer naufragio-. Y en esa labor repasé la formidable edición que la Fundación Pablo Iglesias patrocinó de los tres tomos de la Historia de la Revolución de Michelet -todo el anecdotario del que usa Schama para centrarse en la quiebra financiera de la Francia de Luis XVI palidece frente a la titánica moralidad de Michelet-. Talleyrand (que confesó saber poco de la ejecución del duque de Enghien a manos de Napoleón, primer cónsul) hizo célebre la frase que se atribuyó Fouché y que alguno de nuestros arribistas citan desahogadamente: «Ha sido peor que un crimen, ha sido un error». En el ajedrez que manejaba Bonaparte, Carlos IV y María Luisa eran señuelos, como lo era el príncipe Fernando, todos secuestrados, con engaño -hasta el punto que los propios Macanaz o Fernán Núñez prefirieron el disimulo con tal de salir airosos cuando se habían perdido ellos y al rey Fernando-. Y es entonces cuando Talleyrand reprocha a Bonaparte el engaño a sufrir por la nación española como un método execrable e impropio que, además de ser un «crimen», era el error que acabaría en desastre. Talleyrand conservó una carta que reproduce literalmente: «El príncipe Fernando me llama su primo al escribirme. Trate de hacer comprender al duque de San Carlos que eso es ridículo y que debe llamarme simplemente Señor». Napoleón se descargó en Godoy -no le perdonó desde Jena-. Talleyrand falta a la verdad a propósito de España -pero su falta es elegante en comparación a la de Godoy-. Bienvenido sea el pasado para olvidar nuestra ruina presente.