A todo fallecimiento siempre hay un tópico recurrente pero correcto que en el caso de un escritor suele ser el de que siempre nos quedará su obra. Este fin de semana se ha ido uno de los escritores españoles más importantes, para muchos el más destacado de nuestros autores actuales, y es innegable que desaparecido él, Javier Marías, nos deja  el legado de su obra, repartida entre dieciséis novelas e innumerables artículos de opinión y pensamiento que nos permitirán seguir teniendo presente sus palabras.
Daba la casualidad de que el fallecimiento del escritor coincidía en mi caso con unos días fuera de España. Estaba en Italia y allí conocí la noticia de su muerte y no desde las redes y enganchado al móvil que es lo propio de ahora; no, ocurrió viendo la televisión italiana y sorprendiéndome primero negativamente por la triste información, después positivamente al comprobar el tratamiento informativo, en espacio y forma, que dedicaban los informativos italianos al escritor. Comprobaba de manera directa como Marías era un escritor respetado y querido en Italia, país donde, al igual que en Francia o Alemania, era un autor cuyos libros son traducidos y leídos habitualmente, quizás el escritor español más valorado y traducido en buena parte de Europa. Después, ya terminado mi periplo italiano, compro prensa española en el aeropuerto y una de las cuestiones más reiteradas en las abundantes páginas de los periódicos españoles en su adiós a Javier Marías es la cantinela de que fue un eterno candidato al Nobel de Literatura. Los españoles, que nunca le concedieron el Premio Cervantes, somos capaces de escandalizarnos porque otros no le dieron el Nobel.