Una ola de solidaridad

V.M.
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Una pareja de amigos albacetenses, Tamara González y Alberto Perete, se brindaron desde el principio de la crisis sanitaria a prestar su ayuda a los colectivos más necesitados y canalizan ese voluntariado a través de Cruz Roja

Tamara Gómez, de 29 años, es estudiante de Psicología. - Foto: T.G.A.

La creciente ola de solidaridad surgida a raíz de la crisis sanitaria provocada por el Covid-19 será, sin duda, la única lectura positiva de una pandemia que se ceba con nuestro país. Esa espontánea reacción de miles de ciudadanos ofreciendo su ayuda a quienes más lo necesitan en esta situación límite se ejemplifica en casos como los de los amigos albacetenses Tamara Gómez y Alberto Perete.

Ambos se dirigieron a instituciones, ONG e incluso a medios con el fin de trasladar su plena disposición a echar una mano para ayudar a los colectivos que peor lo están pasando en estos momentos y fue Cruz Roja quien contactó con ellos para canalizar esa colaboración.

Tamara Gómez Aguilar, de 29 años y estudiante de Psicología en la UNED, desvela que se puso de acuerdo con su amigo de toda la vida, Alberto, «para brindar ayuda a nuestros vecinos, además los dos tenemos vehículo propio y podíamos encargarnos de facilitar las labores cotidianas del día a día a otras personas, desde hacer la compra, pasear a los perros o solucionar alguna gestión».

«Una vez que dimos con Cruz Roja -añade- comenzamos a trabajar y nos hicimos voluntarios de la organización, desde donde hemos trabajado en varios programas, desde seguimiento a personas mayores, a los que hacemos llamadas para ver cómo se encuentran o llevándoles medicamentos y comida, a realizar las compras para personas infectadas, atendiendo a refugiados, etcétera y, dependiendo de donde me reclamen, puedo dedicar unas tres o cuatro horas diarias a esa labor de voluntariado».

Tamara recuerda que desde el 20 de marzo vienen desarrollando esta labor humanitaria y considera muy gratificante la experiencia, «sobre todo es reconfortante ayudar a esa gente mayor que está más desprotegida, sobre todo si no tiene familiares directos, porque se encuentran asustados, ya que la abundancia de información genera a veces desinformación, por ejemplo algunos ancianos se niegan a abrir las ventanas por temor a contagiarse».

«La gente -prosigue- es muy agradecida y la recompensa personal es enorme, la ayuda se recibe bien y contribuye a animar un poco a todos esos colectivos necesitados».

Tamara, que vive sola en el Barro del Pilar, con su perra Mora y su gata Mia, dice haberse movido por numerosas zonas de la capital y reconoce que le emociona ver cómo la gente está confinada en casa y la ansiedad que esta situación crea en muchas personas, «incluso muchas sienten no poder abrazarte».

Confiesa que «la hora de salir a aplaudir no me la pierdo y en casa intento llevar una rutina y estar conectada con los míos por videollamadas o whatsapp, además una de mis tías, que es enfermera en Murcia, ha dado positivo, por lo que ahora estoy muy pendiente de ella».

Finalmente, considera que «la mejor forma de superar todo esto es la solidaridad y la unión entre todos, sentir que aunque estemos solos en casa, en el fondo no lo estamos y cada uno podemos aportar nuestro granito de arena».

Por su parte, Alberto Perete Monteagudo, de 32 años y que se dedica profesionalmente al recambio de automoción, desvela que su intención fue «simplemente ayudar a todo aquel que pudiera necesitarlo en estos momentos difíciles».

«Echar una mano a gente que no pudiera salir de casa y que no tuviera ayuda era nuestro objetivo, al que dedicamos varias horas diarias, nos avisan y nos desplazamos donde nos dicen, incluso el otro día estuvimos también echando una mano con un grupo de refugiados y, aunque ahora estoy cubriendo un servicio mínimo y no tengo tanta disponibilidad, fuera de ese horario estoy dispuesto a colaborar en lo que sea».

Preguntado por algún momento especialmente emotivo, Alberto comenta que «simplemente el hecho de hablar con personas que necesitan unos minutos de atención, para comunicarse y sentirse un poco protegidos, son cosas que te llenan como ser humano».

En su caso, vive el confinamiento solo en casa, «pero tengo la suerte de vivir en una parcela cercana a la carretera de Jaén, en Casas Viejas, y no lo llevo muy mal, porque puedo salir al patio, andar y que me dé el aire, además mantengo comunicación constante con mis padres y hermanos, mediante teléfono, videollamadas, whatsapp...».

Finalmente, subraya que los casos que ven estas semanas en sus desplazamientos «te hacen valorar más aún la importancia de la solidaridad, porque esta situación nos debería cambiar el pensamiento, hacer replantearnos el tipo de vida que llevamos y valorar cosas que ahora tanto apreciamos y de las que antes ni nos dábamos cuenta».