Conspicuos o fuleros

José Francisco Roldán Pastor
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Vacuna para el delito

Imagen el Congreso. - Foto: MARISCAL

Habrá quien critique a personas ilustres, probablemente, porque les parece mejor alguien vulgar o invisible. Hay de todo en esta sociedad variopinta, que no tiene por qué ser especialmente mala; quizás injusta, pues deambulan por estos senderos del comportamiento infinidad de personajes zafios, envanecidos por su influencia o, simplemente, porque no aceptan la honradez o dignidad de los demás. Los seres sobresalientes tienen un grave problema cuando se cruzan con fuleros empeñados en hacerse notar.

No hay más que poner en evidencia la conducta de un ser despreciable para conocer hasta dónde puede alcanzar la maldad. Porque hay quienes atesoran una perversa obsesión por dañar a los que tienen una posición económica, social o intelectual superior, sin importarles el que la hayan logrado con mucho esfuerzo o por una tradición familiar que ha cimentado su prosperidad. La envidia corroe a los peores, que tratan de alcanzar sus metas mediante estratagemas basadas en la mentira o traición. No hay dudas cuando se trata de actividades criminales, para las que el Código Penal tiene previstas sus retribuciones, la mayoría de las veces diluidas en generosidad. Algunos de nuestros líderes políticos, especialmente, los que detenta el poder para legislar y promulgar leyes con la connivencia de ambas cámaras legislativas, alardean de su poder con gestos despreciables mostrando unas cotas de odio inconmensurables. Y esa fijación enfermiza en vilipendiar a los que son mejores los arrastra a una incontenible obsesión por perjudicarlos y, si llega el caso, sustituirlos en esos espacios reservados a los que atesoran capacidad y mérito consolidados.

Algunas intervenciones en el estrado del Congreso de los Diputados, que parecen pasar desapercibidas, muestran destellos de inteligencia inalcanzables para los señalados, que suelen obviar la mirada disimulando su desvergüenza. Se pudo escuchar alto y claro una disertación ejemplar sobre la contradicción en la conducta habitual de quienes nos gobiernan. Un tratado lapidario sobre la diferencia entre fuleros y conspicuos morales. No se entendía cómo alguien puede fardar sobre defender la Constitución y gobernar gracias a los que quieren abolirla. Miembros del gobierno difunden mensajes poniendo en duda la honradez de los que denominan ricos, pero no dejan de mezclarse con ellos cuando les interesa.

La aparente determinación sobre la gran ayuda militar a Ucrania es minimizada para agradar a sus colegas rusófilos. Alardeo descomunal del feminismo favoreciendo sin rectificar la reducción de penas a los condenados por agresión sexual o acelerando su excarcelación. Un fiasco que no tiene remedio y afectará a todos los condenados por esos delitos, aunque se reforme la ley actual. El tremendo daño y los dramas subsiguientes no tienen solución legal. Será terrible comprobar cómo reincidirán los violadores y a qué mujeres afectará. Es difícil aceptar que no se pueda exigir retribución penal a los responsables de este desatino, donde hay que incluir a los diputados y senadores respaldándolo. Algunos lo podrían considerar prevaricación política.

También es reprochable haber logrado el poder denunciando la corrupción política y llegar al colmo moral de devaluar el castigo para la malversación. Tampoco se ha tenido la menor vergüenza para oponerse a una iniciativa europea reclamando libertad de expresión en Marruecos, porque una aparente extorsión atenaza a nuestros gobernantes en materia de seguridad, economía, energía y emigración. Parece fomentarse la falacia sin remilgos. Tramposos disfrazados de paladines sociales deben asumir sus desvaríos con las consecuencias que las leyes determinen o la respuesta ciudadana imponga. Una persona conspicua no tiene más que actuar con respeto, dignidad, gallardía y ejemplaridad para distanciarse de los arribistas, tragaldabas de recursos públicos, empeñados en acaparar ventajas con las que dominar a una población reclamando respuestas eficaces para mirar a este futuro incierto, donde hay pocas razones objetivas para el optimismo. Parece que dirigen nuestras vidas unos auténticos fuleros.