Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


Políptico

15/10/2022

A la vista de un relieve funerario, San Agustín se fija en una cortina recogida que revela que un personaje no ha de ser fácilmente accesible -el relieve es de un propietario que comprueba en su voluminoso libro o políptico, las cuentas de sus arrendatarios-. En los tiempos que vivimos de guerra merece la pena sacar el libro -quizá en desuso- para recordar los asientos en el haber que fueron muchos: nos dimos la libertad en una transición que se estudia en las facultades políticas del mundo como un proceso único; la izquierda llegó al poder bajo la monarquía liberal que arbitraba la alternancia en el gobierno; la prensa jugó un papel determinante como contrapoder legítimo; las instituciones, en fin, se dotaron de altura, gracias a la estatura política de sus legisladores. El hombre que comprueba su libro -cinco tablillas de madera bañadas en cera- llama la atención de San Agustín, no por la consulta en sí de sus cuentas, y sí por una cortina recogida que indica la privacidad de la consulta. Hay algo -sin duda- de religación en examinar el patrimonio. Hemos disfrutado largos años de libertades y en el mirar el deber ser democrático -mira siempre más allá; todo es mejorable por definición; pelea la buena lucha- y hoy nos toca consultar nuestro libro. Yo no creo que sea un libro anticuado y doy por bueno su balance. Pero me inquieta ese tener que consultarlo tras una cortina, tal y como hace el propietario del relieve funerario, como si el gozo exitoso de lo público hubiere que orillarlo un tanto, quizá para no desairar o poner en brete a los otros -gozar de las libertades públicas en privado por no poder celebrar su ganancia e itinerario en el foro-. El libro tiene su historia -el pacto constitucional de 1978- y sus mejorías antaño indiscutibles, de tal modo que el ciudadano (tal y como hace el propietario del relieve tardío romano) pone en orden sus cuentas y, de repente, comprende que el balance empieza a descalificarse por otros, y se ampara en una cortina, para sentirse más seguro que cómodo, en tanto que comprueba, doliéndose, que las cuentas del políptico siempre han sido generosas y buenas, como que las mostraba con orgullo y hoy las mira en  reserva, temeroso de su honesto bienestar.