Antonio Pérez Henares

PAISAJES Y PAISAJANES

Antonio Pérez Henares


Cuenca

30/09/2022

Desde que conocí Cuenca, más tarde de lo debido, he tenido una relación muy especial con ella y cada vez más intensa. No era ya tan joven cuando me la encontré un poco por casualidad y ha sido luego, según iba madurando, cuando se estableció el lazo y la certidumbre de que nos queremos.
Porque yo compruebo cada vez que la visito que solo el llegar a ella me sosiega y me hace esbozar una sonrisa interior que no me deja hasta que me marcho y noto de inmediato, en el reencuentro con los lugares, los rincones y los recuerdos, que la ciudad también me acoge con gusto.
 Esta vez, como todas, y al acudir a la presentación de mi Tierra Vieja lo he sentido en cuanto nos echamos la vista encima. No solo por su hermosura, su inaudita y escarpada belleza, eso lo sabemos todos, sino porque el alma de la ciudad tiene unos recovecos que me atraen como pocas. No sé él porque del todo. Si por la cercanía emocional con mi propia tierra, por la historia compartida de generaciones ancestrales o por el trato y discurrir de sus gentes, pero lo cierto es que me siento tan en casa como cuando camino por los empedrados de Atienza, las plazuelas de Sigüenza, los palacios de Pastrana, los jardines de Brihuega o la calle Bardales de Guadalajara.
  Tengo, como en eso otros sitios, mis reductos, mis refugios, mis secretos. La Posada de San José, la Ponderosa, la plaza mayor ante la catedral por la noche, una nevada en un tiempo ya lejano contemplando al amanecer desde la reja de una ventana las hoces del Huécar, la bienvenida siempre alegre del bueno de  Ángel tras la barra, la compañía, el saludo amable de los conquenses entre los que he ido atesorando amigos cada viaje y ese largo paseo en solitario recorriendo y perdiéndome aposta para encontrar la sorpresa que siempre se presenta y reencontrarme yo con lo que no deseo perder nunca.
   No considero, en absoluto, que tenga en esto la más mínima exclusiva. Sé que es algo que no pocos compartimos y me contenta que así sea. Es más, si hoy lo escribo es precisamente por ello, por animarlos a sumarse a esos disfrutes.
Les diré, además, otra cosa. Cuenca es, en sí misma, discreta. Sus gentes, y eso a quienes, creyendo ser 'famosos' y con esa necesidad de ser como tal reconocidos les ha supuesto un buen chasco, al toparse con ellos se quedan impertérritos y siguen tan tranquilas y a lo suyo.  Lo he comprobado más de tres veces y nunca he podido dejar de observarlo complacido. No es que no sepan reconocer a quien lo merece, ni que se complazcan con la visita y, si viene a cuento y hay oportunidad de hacerlo sin molestar, se les salude y se les trate con educación y deferencia. Pero sin alharacas ni pamemas.
 Y eso, también, es de las cosas que más me gustan de Cuenca.
Hasta bien pronto.