Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


El abuelo

19/09/2020

Mi abuelo paterno, Ramón, murió joven, con grado de capitán de la Guardia Civil -recuerdo el tricornio colgado en su vivienda, en la Plaza de la Catedral (era vecino de don Daniel, el director de la banda de música)- y cuando reparo, por asuntos de trabajo, de abogacía o consulares, con algún guardia en el Juzgado u otra oficina, siempre me detengo a contar la historia de mi abuelo, como la de su padre o un primo hermano que dirigió la Academia de Guardias de Úbeda. Mi abuelo materno, Ambrosio, ya no murió tan joven. Era contable y lo recuerdo haciendo números en papeles recortados y usados, aprovechando la cara limpia del papel, a lapicero -quizá de ahí provenga mi querencia por los lapiceros Faber-Castell y los grafitos Staedtler- y llegamos a cambiar tabaco. De mi abuelo Ramón tengo el recuerdo nítido de pasear la calle Mayor de camino al parque infantil de Tráfico, de pantalón corto y con una bolsa a la mitad de caramelos. Los dos murieron en sus camas -de Ramón me despedí horas antes de su muerte con un beso de niño; y de Ambrosio ya con un beso de hombre, pese a que yo tuve la sensación de ser hombre ya muy tardía en edad -ni es fácil ni es dable ser hombre; algunos lo son muy pronto y otros se mueren sin llegar a serlo-. Mi abuelo Ambrosio nos llevaba a los dos hermanos - Juan Manuel, dos años menor que yo- a las marionetas de la Feria, las marionetas de Talio, padre de José Luis Moreno (quizá el hombre que más sepa de ópera) y no consumíamos nada, lo llevábamos de casa -mi abuelo tenía un vaso chico plegado entre los lápices y recortes de papel que rellenaba de la fuente-. Todo esto viene a cuento de una entrevista en la que Carlos Saura dice desconocer el número de nietos que tiene y dice más: «no me gusta nada que me llamen abuelo; no me veo con un nietecito paseando de la mano. Eso es deprimente, ese es el momento en que vas a palmar pronto». A mí me ocurre otra cosa. La pandemia me ha privado de los abrazos a mi nieto Nicolás ni pude contarle batallas -las de mis abuelos- y a menudo nos imagino de espaldas, Nicolás y yo, cogidos de la mano, de camino a la Feria. El día que le oiga decirme abuelo me acordaré del tricornio y de los títeres de Talio. Voy a recortar esta columna y se la daré como algo nuestro, sólo suyo y mío.