Alejandro Ruiz

EL REPLICANTE

Alejandro Ruiz


La Última Cena

14/04/2022

En Jueves Santo, la Iglesia católica celebra la Última Cena, el Lavatorio de los pies, la institución de la Eucaristía y del Sacerdocio y la oración de Jesús en el Huerto de Getsemaní, información que he tenido que buscar por ahí, pues reconozco mi deplorable pérdida de memoria en el abandono de la doctrina recibida respecto de tan esenciales cuestiones eclesiásticas y religiosas.
Desde siempre la espiritualidad se ha expresado con obras pictóricas, escultóricas y arquitectónicas que trasladan al individuo la profundidad espiritual del sentimiento místico. El artista mediante la belleza de su obra se ha convertido en la vía más directa de conexión con el sentimiento religioso. El arte puro al servicio de la espiritualidad.
Así, si nos centramos en las representaciones pictóricas de la Última Cena, una de las celebraciones del Jueves Santo, la que realizó Leonardo da Vinci en el refectorio del convento de Santa María de Gracia de Milán, nos introduce de plano en el sentimiento más profundo en mitad de una simple cena de despedida, captando el momento en que Jesús anuncia a sus discípulos que uno de ellos lo traicionará, mostrando sus distintas reacciones. El centro de la magnífica composición se encuentra en la cabeza de Cristo, donde confluyen las líneas de perspectiva, realzando el protagonismo de Jesús con un efecto de contraluz creado por las tres ventanas del fondo.
Hoy es Jueves Santo, albaceteño, apacible, triste y nublado en la pasión y muerte de la propia ciudad, anclada, paralizada, obsoleta, reflejo de la España que languidece lentamente ante la realidad social, política y económica, y nos sumerge necesariamente en el pesimismo tradicional que viene marcando nuestra trayectoria histórica, ese sentimiento trágico y negativo difícil de superar.
En nuestra particular última cena pintada al fresco, entre amigos, analizamos el impacto social del colapso económico, la carencia de ideas y las políticas ideológicas desplegadas. Ponemos de manifiesto la fragilidad del crecimiento económico, el aumento explosivo del paro, la reducción de los ingresos personales, la intensificación de la desigualdad y el aumento de la pobreza. En fin, el pesimismo más eucarístico y místico justificado por el caos catastrófico en todos los órdenes de la situación política local, regional y nacional, con líderes mediocres, interesados, hipócritas, sectarios y cuentistas, y con una oposición que solo aspira a ser como ellos y a hacer las mismas cosas que hacen ellos.
Solo el vino de la cena, con sus efluvios alcohólicos, parece disipar un poco nuestros rostros anodinos que reflejan ya la carencia de cualquier resquicio de esperanza, la pérdida de valores y la frustración. Esa alienación y desencanto frente a la vida, el aburrimiento, la cotidianidad y la desesperanza, que nos va haciendo insensibles y despiadados ante la evidente constatación de que en este caso no hay Cristo que nos salve.