José Juan Morcillo

José Juan Morcillo


Humor y literatura

23/02/2022

Mantengo guardados en la estantería de mi despacho una antología de textos literarios que hace dos décadas empleaba con cierta frecuencia en mis clases, textos cuyo nexo es el humor, un humor brillante fruto de la burla y de la sátira de costumbres, de personajes concretos y de arquetipos sociales en la que todo tiene cabida, incluso lo escatológico. No hay fragmento de las mejores obras de nuestra literatura que no dibuje en el lector, aquí o allá, una sonrisa amarga, ácida, compasiva o preñada de carcajadas. Desde el Poema de Mio Cid hasta las últimas obras maestras de nuestra narrativa de finales del siglo XX, figuran en esta nómina todos los grandes escritores, autores que supieron exprimir las palabras para extraer de ellas hasta la última gota de su jugo conceptual.
En una estantería los mantengo guardados, decía, porque ahora no los puedo comentar en clase. Ahora no se permite disfrutar de la risa literaria nacida de la burla y de la caricatura porque la moral imperante la considera inaceptable e incluso ilícita; no se permite incluso leer fragmentos con términos cacofónicos. Ya no puedo comentar en clase, por ejemplo, el romance Boda de negros de Quevedo, ni muchas letrillas satíricas de los mejores poetas de la Edad de Oro y del siglo XVIII; ha habido alumnos que se han quejado de que tengan que leer La Celestina porque hay fragmentos que hieren su sensibilidad; los versos del Libro de Buen Amor en los que el Arcipreste de Hita caricaturiza a la serrana (estrofas 1008-1021), versos de los que nacen la deformación y el esperpento de Goya y de Valle-Inclán, ya no despiertan sonrisas, sino silencio y miradas acusatorias hacia el docente. El humor ahora está censurado y encadenado; es tan neutro, aséptico y artificial como el sampuru.
Escribió Vila-Matas: «La literatura es una observación universal que abarca los dilemas de la existencia humana, y nada es tabú. Si algo lo es, se debe a que viene impuesto del exterior: la política, la sociedad, la ética y las costumbres pretenden recortar la fuerza singular de la escritura». Y, al recortarla, la empobrecen y degradan.