El nuevo 'apóstol' del centroderecha

Feliciano López (EFE)
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La solvencia de la que hace gala Alberto Núñez Feijóo se conjuga ahora con su ambición por llegar al Gobierno, un empeño que le obligará a potenciar esa capacidad para medir los tiempos e ilusionar que ya lo encumbró en Galicia

El nuevo 'apóstol' del centroderecha

Como el escritor que cree que aún tiene en la cabeza su mejor libro o el deportista que está persuadido de que en su cuerpo guarda su siguiente mejor marca, Alberto Núñez Feijóo está convencido de que lleva dentro al próximo presidente del Gobierno.

«No somos ambiciosos, decimos, pero en Roma no puede vivirse de otro modo», sentenció Séneca; una frase que podría definir a la perfección la carrera política del dirigente gallego y que refleja ese empeño que le ha llevado, cuando ni él mismo lo esperaba, a lo más alto del PP, partido con el que aspira alcanzar La Moncloa.

Y es que el todavía presidente de la Xunta (Os Peares, Orense - 1961), seguidor involuntario de Machado antes que de Weber, ha dedicado años a construir su perfil, al que se mantiene fiel, como recomendaba el profesor ficticio Juan de Mairena al hombre público, especialmente al político.

Pronto abandonó Feijóo su sueño inicial de convertirse en juez, por las necesidades familiares, lo que le llevó a estudiar una novísima oposición para entrar en el cuerpo superior de funcionarios de la recién creada administración autonómica gallega.

Allí ascendió de la mano de José Manuel Romay Beccaría hasta dirigir la Sanidad autonómica, en un puesto técnico, desde el que dio el salto a liderar la política sanitaria en el primer Gobierno de José María Aznar y, posteriormente, la empresa pública Correos, en el segundo mandato del dirigente castellano.

A la etapa gallega al frente de la Sanidad corresponden las fotos con Marcial Dorado, contrabandista de tabaco entonces y condenado por narcotráfico años después, una relación que se mantuvo durante varios años en los que compartieron viajes de ocio en compañía de otras personas.

Fue en ese momento cuando saltó a la política propiamente dicha y también cuando se afilió al PP, pasados los 40, algo inhabitual en la clase dirigente de la política española reciente, que se suele nutrir de cargos que han pasado por las juventudes de sus partidos.

La crisis del Prestige lo devolvió a la primera línea de la Administración gallega en 2003, tras haber rechazado ser consejero de Sanidad de Esperanza Aguirre; primero como conselleiro de Infraestructuras y un año después como vicepresidente segundo.

Así, tras suceder a Manuel Fraga al frente del PP gallego, a pesar del «vértigo» que dijo sentir, durante tres años puso en práctica un verdadero «manual de resistencia» a partir del cual el partido en Galicia supo seguir para «ganar las elecciones y para gobernar», «una hoja de ruta marcada por la humildad y de servicio», como aseguró hace casi un año al presentarse por quinta vez al frente del partido en la comunidad.

Hombre de 'contrastes'

Lo que Feijóo denomina manual de resistencia es la oposición más dura que se había hecho en la autonomía en décadas, con ataques constantes y continuos a las dos principales personalidades de aquel Gobierno, Emilio Pérez Touriño (PSdeG) y Anxo Quintana (BNG), que a menudo cruzaban los límites de la política para introducirse en temas personales, tanto por su parte como de sus colaboradores más estrechos.

En realidad, nunca abandonó del todo esta forma de hacer política y en las sesiones de control de sus 13 años como presidente gallego combinó la postura institucional con declaraciones altisonantes hacia los líderes de la oposición en cada momento.

Por ese motivo, las declaraciones de tono elevado que protagonizó en su campaña para ser líder del PP sorprendieron fuera de su comunidad, donde a menudo ese tipo de aparentes contradicciones en su discurso no traspasaban, cuando llegaba, el ecosistema mediático autonómico.

En su ideario, el PP gallego se declara como un partido «reformista, constitucionalista, europeísta y galleguista», una definición que en los últimos días se amplió para hablar de una formación atlantista, por motivo de la guerra en Ucrania.

En lo que respecta a su equipo, Feijóo mantiene un núcleo de colaboradores muy reducido y se ha caracterizado por no comunicar sus decisiones hasta el último momento, una forma de ser dueño de sus tiempos que en el partido han aprendido a respetar y que desespera a propios y a extraños, tanto en Galicia como en Madrid.

Fue así en 2018, cuando contra las apuestas de la mayoría de los medios y de sus propios compañeros de formación, decidió no concurrir al liderazgo del PP.

Su momento

Cuando ya parecía que el tren había pasado definitivamente, la crisis abierta entre Pablo Casado e Isabel Díaz Ayuso le brinda ahora la oportunidad que esperaba para intentar llegar a La Moncloa, ya con el bastón de mando de los populares en sus manos.

A la dirección saliente, Feijóo le achaca «errores» durante toda su etapa, más allá de la equivocación final del enfrentamiento con la presidenta madrileña, unos fallos de los que asegura que los barones avisaban hace tiempo al anterior inquilino de Génova y que tanto él como su secretario general, Teodoro García Egea, desoyeron.

Para enmendar el pasado, en su nueva hoja de ruta para el PP aboga por un acuerdo con el PSOE para que gobierne la lista más votada e incluso por un cambio en la LOREG para implantar un sistema de doble vuelta o de bonificación de la lista más votada, un modo, en su opinión, de huir de la inestabilidad de los últimos años.

Esta falta de equilibrio se debe en buena parte, en su opinión, a la fragmentación del Congreso y a la debilidad de los socialistas, a cuyo líder y presidente del Gobierno reprocha que haya entregado España a los que la quieren romper: Bildu, ERC y Unidas Podemos.

Frente a esta inestabilidad, Feijóo se presenta como la garantía de la gestión eficaz. Sus 13 años de mandato en Galicia, el aval que esgrimió por toda España en su campaña para liderar el PP, lo han convertido en apóstol del déficit cero -ya ha avanzado que la Xunta volverá a ese hito en 2025-. Esa es una de sus obsesiones políticas, «cuadrar las cuentas», a la que ahora une su capacidad para adaptarse a las circunstancias y su anhelo por demostrarlo en La Moncloa.