Juan Bravo

BAJO EL VOLCÁN

Juan Bravo


El asesino andaba suelto

08/11/2021

El pasado jueves 28 de noviembre, un psicópata furioso acechaba a su presa desde su ventana, en el humilde barrio de Entre Ríos en el pueblecito de Lardero (La Rioja). Como en El cebo de Ladislao Vajda, le habría encantado que su víctima hubiera sido una princesita de cabellos rubios y tez muy blanca, y también, posiblemente, llevarla al bosque con el pretexto de enseñarle unos pajaritos. Pero parece evidente que Francisco Javier Almeida, el ogro, después de varios intentos frustrados con niñas, iba a la desesperada. Y eso que vivía en una atalaya ideal para perpetrar su acto: un tercer piso a una tirada de piedra de un colegio y de un jardín por los que mañana y tarde transitaban sus objetos de deseo..
Se había pasado la mitad de sus 54 años en la cárcel: primero por una violación en 1993, y sin haber pagado su condena, por el célebre crimen del inmueble, en el que asesinó de diecisiete cuchilladas y violó a una joven que fue a enseñarle un piso. La cayeron 30 años (10 por alevosía y 20 por crimen sexual). Cumplió condena en la prisión cántabra de El Dueso, y tras su traslado la cárcel de Logroño, había obtenido, en la primavera de 2020, el tercer grado, merced a un recurso, ya que la Junta de tratamiento de la prisión cántabra (constituida por personal carcelario), pese a su buena conducta, se mostraba reacia a su excarcelación, en base, sobre todo, a los informes sobre su parafilia sexual. Con todo, y como decíamos, el juez o la juez de Instituciones Penitenciarias, ateniéndose a la ley, lo puso en libertad y punto.
Cada mes tenía que hacer acto de presencia en Logroño, pero él ya tenía su base de operaciones en Lardero, pueblo en el que la gente, y no digamos las familias con criaturas pequeñas ignoraban que, como en la película, el asesino andaba suelto. Ahora, una vez perpetrado el homicidio del pequeño Alex, de nueve años, con la familia literalmente destrozada, y las otro ocho o diez familias que se libraron, por lo que fuera, de que sus hijas o hijos cayeran bajo las fauces de la bestia, un sentimiento de impotencia y de frustración se ha adueñado del pueblo, que ve, consternado, como, una vez más, pagan un tremendo error de una Justicia, que se limita a aplicar el Código Penal al pie de la letra, sin hacer el menos caso de la Ciencia Médica.
Y, de ese modo, una vez más se pone de manifiesto la eterna historia de la desdicha (que, mira por dónde, siempre le toca pagar los humildes, jamás a las familias que viven en las barridas de lujo). Y, como invariablemente suele ocurrir en estos casos, el señor ministro de Justicia –en el caso que nos ocupa, el polémico Grande-Marlska–, despacha el caso con el típico y tan sobado tópico de que «no se puede legislar en caliente». Y un servidor, como muy bien me decía esta tarde un buen amigo, se atrevería a preguntarle: «¿Y para cuándo, pues, señor Marlaska? ¿Cuánto habrá que esperar para que se enfríen? ¿Cuántos pequeños inocentes tendrán que morir en manos de psicópatas que se comportan maravillosamente en la cárcel porque allí no hay niños ni mujeres? ¿Cuándo llegará el momento de abordar este asunto, no sólo con juristas, sino también y sobre todo, con especialistas médicos capaces de abordar tan terrible y complicado problema?» Porque, claro, pudiera haber sorpresas con respecto a la responsabilidad última de estos seres incalificables que a diario causan estragos en todos los países del mundo
Y es que lo verdaderamente lamentable es que estas brutales tragedias dejan de ser noticia en cuanto el ogro ingresa en prisión. Hay demasiados volcanes en erupción  para dedicar mucho más tiempo a la muerte de un niño que no es tu hijo. Lo peor de los problemas es dejarlos pudrirse y éste, por los consabidos criterios políticos enfrentados, permanece congelado en la nevera, de tal modo que lo único que resta decir es ¿quién será el próximo y para cuándo?