El partido del pasado domingo frente a la Ponferradina no acabó como se esperaba, pero nadie puede negar que el juego del Albacete fue brillante por momentos, regalando a los aficionados pases al primer toque cargados de intención, calidad y verticalidad. El equipo ofreció todo un recital durante una primera parte en la que bien pudo golear a un desarbolado rival que apenas consiguió pasar de medio campo en un par de ocasiones.

La segunda parte también ofreció destellos de esa superioridad manifiesta sobre el rival, pero el fútbol son goles y fue lo que le faltó al Albacete para haber conseguido una victoria totalmente merecida. La expulsión de Riki dejó tocado a un Albacete que encajó en el 90 un gol de esos que hacen daño y que provocan esa injusticia que suele pasar a veces en un deporte como el fútbol, donde no por muy bien que hagas las cosas logras los resultados que mereces.

La expulsión de Riki, en una acción fortuita y sin intención, fue un agravio comparativo con el pisotón que Derik, de forma intencionado y alevosa, hizo sobre el tobillo de Manu Fuster y que se quedó en tarjeta amarilla, lo mismo que otra entrada de Dani Ojeda y hasta otra de París Adot que seguramente fueron más duras y más intencionadas. Esa falta de criterio es lo que marca un mal arbitraje y donde el Comité Técnico de Árbitros debe tener más cuidado. Una acción más grave e intencionada nunca puede quedar con menos castigo que otra en la que no hay intencionalidad, de ahí que tanto Riki como sus propios compañeros se quedasen atónitos al ver como el colegiado mostraba al ovetense la cartulina roja.

Pero más allá de estos detalles que marcaron la segunda derrota de la temporada para el Albacete, el juego del equipo hizo que los aficionados salieras alegres del Belmonte.

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