«En la ciudad te puedes ver más solo que en la Sierra»

E.F
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«Mi compañero y yo atendemos más de una docena de núcleos entre Elche y Molinicos»

Álvaro Picazo, en su época de diácono - Foto: Obispado de Albacete

Álvaro Picazo es un joven de Chinchilla de 28 años de edad que hace unos años sintió la más poderosa de las llamadas, la que despertó en él la vocación religiosa. Tras seis años de estudios en el seminario de Orihuela y unos meses como diácono, ejerce su ministerio en lo más profundo («y hermoso») de la Sierra del Segura ya como sacerdote, pues se ordenó a principios de este mismo mes.

¿Exactamente, cómo se llama su parroquia?

(Se ríe) ¿Mi parroquia? ¿Cuál de ellas? Porque mi compañero y yo atendemos más de una  docena de núcleos entre Elche y Molinicos. No sólo los pueblos, también aldeas, pedanías, cortijos… residimos en Elche de la Sierra, eso sí, pero no sólo atendemos este municipio.

¿Su compañero también es joven?

Si, somos dos sacerdotes jóvenes, yo tengo 28 y él 38.

Aún así, un área tan grande, ¿no es demasiado para dos?

Es lo que hay, es la tarea que nos encomendó el señor obispo. Pero no crea, tiene sus épocas. En verano, cuando muchos núcleos se vuelven a ocupar sí vamos un poco más justos de tiempo. Cuando llega  el frío, ya queda mucha menos gente.

Y entonces llega la soledad.

Qué va, que no, al contrario. Una de las lecciones más valiosas que puedes aprender aquí es que el aislamiento es algo muy diferente de la soledad, en la ciudad te puedes ver más solo que en la Sierra del Segura. Aquí la gente aún sabe lo que significa la palabra ‘hospitalidad’, hay un sentido de comunidad, de solidaridad, que ya no hay en las zonas urbanas. 

¿Como es la rutina diaria de un sacerdote en la Sierra?

Pues lo cierto es que nuestros días no tienen mucho de rutinarios. Tenemos un horario, unas tareas fijas, pero raro es el día que no tienes algún imprevisto. Empezamos muy temprano, con una oración para serenar el alma y cargar las pilas; las mañanas son para la gente, atiendes un enfermo, visitas a alguien que no pueda desplazarse, alguien queda contigo en la parroquia para contarte sus problemas, sus inquietudes y por la tarde, ya tienes que centrarte en el culto. Eso de lunes a viernes, porque  el sábado y el domingo aún hay más trabajo. Esto es la rutina fija, que muchas veces no puedes mantener, porque hay una fiesta, una celebración, o porque una persona cae enferma y necesita consuelo espiritual. De una forma u otra siempre estás de guardia.

¿No temen que, al final, se queden ustedes solos cuando todo lo demás haya cerrado en la Sierra?

De verdad que no creo que llegue ese día. Es cierto que te da pena muy fuerte cuando ves cómo el consultorio médico recorta días y horarios, o cuando ves que una escuela que antes estaba llena ahora cumple el cupo de alumnos por los pelos, o cuando le tienes que decir a un feligrés «hoy no puedo, tiene que ser mañana» porque, aunque seamos dos, hay días que es imposible llegar a todo. Pero también conoces a la gente de aquí y sabes que siempre va a haber quien no se rinda, sus habitantes están hechos de una pasta muy especial.

Después de la Sierra, ¿adónde le gustaría ir?

Adonde Dios y el señor obispo dispongan, que para eso estamos. Pero eso ahora no me quita el sueño. Por lo general, te quedas en un destino entre cinco y ocho años. Aquí empecé como diácono pero, como sacerdote, acabo de comenzar así que me queda tiempo por delante. Luego,  adónde me digan.