Christa Ludwig

Antonio Soria
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La mezzo de Karajan con profunda voz de terciopelo

Christa Ludwig, en su hogar de Viena, en 1992.

No es la reina de Inglaterra. Le sobra glamur y brillo a su deslumbrante sonrisa, capaz de cautivar casi tanto como la calidad de su voz. Quien no la haya escuchado, ahora mismo, a golpe de móvil, que no se pierda una grabación histórica al alcance de todos en Youtube (facilito enlace corto: https://tinyurl.com/2p8yxevw) con Leonard Bernstein dirigiendo a la Orquesta Sinfónica de Viena, y coro -niños cantores incluidos-, la tercera sinfonía de Gustav Mahler, con nuestra protagonista de hoy, Christa Ludwig, como solista. La calidad de su voz es impresionante, como mercurio dorado, elegante, profunda, ...sí, así podría imaginarse, según la célebre frase que escribió el Roger Pines, profesor de la Henry and Leigh Bienen School of Music, Northwestern University, de Chicago (una de las más antiguas de USA), en Opera News en 2018: «Her unmistakable, deep-purple timbre envelops the listener in a velvet cloak» (algo así como «Su inconfundible timbre de color púrpura intenso envuelve al oyente en un manto de terciopelo»). 
Otro norteamericano, éste fallecido en 2012, premio Pulitzer de Crítica anual en 1986, Donal Henahan, escribía en The New York Times el 26 de febrero de 1979 a raíz de un recital Christa Ludwig, cuando ella superada los 50 años: «cualquiera que recuerde a Christa Ludwig en los primeros años de su carrera como Cherubino hilarantemente impetuosa o como una soubrette espléndidamente alocada en otros papeles, no se sorprenderá al descubrir que la mezzosoprano sigue siendo una cantante de ingenio extraordinario». En un artículo que desprende admiración con frases como «se ha convertido en una de las exponentes de lieder más reflexivas y sensibles de su época» o «cuando terminó, con Zueignung [celebérrimo y bellísimo lied de Richard Strauss] parecía ser la mujer que había recorrido un camino oscuro y había encontrado una especie de resignación trascendente después de todo. Sin amargura, sin remordimientos, sino solo con una aceptación amable».

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