De ricos caldos y opulento pasado

Ana Martínez
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Alpera, con un viñedo de garnacha reconocido con medallas, es uno de los destinos turísticos más solicitados por el abrigo de la Cueva de la Vieja

Imagen de la Iglesia Parroquial de Santa Marina. - Foto: Arturo Pérez

Es un pueblo tan tranquilo como cómodo, con todos los servicios muy accesibles, una comunicación por autovía inmediata y una serie de encantos patrimoniales, históricos y agroalimentarios que, incorporados en una coctelera, producen un caldo irresistible para los amantes del turismo y de la ruralidad.

El centro administrativo de Alpera se encuentra en la plaza del Ayuntamiento, un cuadrado bien definido con una fuente en la que se encuentra una pequeña réplica de la Cueva de la Vieja y que rodea el Ayuntamiento y el Club de Jubilados, un recurso que se completa con una vivienda tutelada para ocho personas mayores. Es la parte norte de Alpera, donde se localiza el casco antiguo y por el que pasea María López López, alperina de 49 años, que trabaja como agente cultural y coordinadora de la Universidad Popular.

Afirma que este pueblo es pequeño, pero goza de todos los servicios que una persona pueda necesitar: desde guardería y colegio público hasta instituto de Educación Secundaria, gimnasio municipal, biblioteca, centro cultural… Además, «estamos a 10 kilómetros de la autovía, tenemos a 20 minutos el Hospital de Almansa, a 45 minutos Albacete y a hora y media Alicante», presume.

Para ella, una de las principales joyas arquitectónicas e históricas de Alpera es la iglesia de Santa Marina, un templo de estilo barroco construido entre los siglos XVII y XVIII, en el que en una de sus tres capillas se venera un Lignum Crucis, astilla de la Santa Cruz, a la que la población alperina le tiene gran cariño.

No en vano, los vecinos de esta localidad acaban de finiquitar sus fiestas mayores en honor de la Santísima y Vera Cruz, patrona de la localidad, cuyo acto más solemne tiene lugar cada 3 de mayo, con el canto del himno de Alpera y el reparto de rollicos en la romería. Al margen de una completa programación de actividades, llama la atención la indumentaria de las manchegas alperinas por sus refajos multicolores, el jubón y mandil negro y el típico pañuelo manchego, un traje tradicional que antiguamente solo se podían permitir las clases más pudientes por su gran valor económico. En la actualidad, las manchegas se bailan en la puerta de la iglesia el día de la ofrenda de flores a la patrona.

Se da la circunstancia de que Alpera es, si no el único, uno de los pocos municipios de la provincia que celebra dos veces sus fiestas patronales, pues el 14 de septiembre, según cuenta María, se vuelve a celebrar el Día de la Cruz y es fiesta local.

«Alpera es un pueblo muy dinámico y muy participativo», destaca esta agente cultural, que nombra la popularidad y la alta implicación del vecindario en los Carnavales y en las fiestas de agosto en honor de San Roque, donde es muy importante la cabalgata con carrozas tradicionales.

De vuelta al interior de la iglesia de Santa Marina, declarada Bien de Interés Cultural en 1993, destaca la capilla de la Santísima y Vera Cruz, en la que se conserva un retablo de estuco policromado y una hornacina de medio punto donde se venera el Lignum Crucis, una reliquia que Pío V regaló a Juan de Austria, que lo donó a su confesor. Posteriormente pasó a pertenecer a Pedro Alejandro Villaescusa, prebendo de Cartagena y natural de Alpera, quien se encargó de depositarla en la parroquia en el año 1749.

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