José Juan Morcillo

José Juan Morcillo


Galletas y príncipes

30/03/2022

Las galletas Príncipe comulgan con parte de la identidad espiritual de los españoles nacidos en el siglo XX. Las comíamos en desayunos y en meriendas; a veces nos las llevábamos al colegio a pesar de que, cuando abrías la bolsa, se habían despizcado por los vaivenes con los que maltratábamos la mochila. Poco importaba: llenabas la mano con las migas chocolateadas y para dentro. Las Príncipe son para muchos de nosotros como la magdalena de Proust: probarlas nos transporta a un pasado cándido con olor a virutas de lápiz.
Me acuerdo del envoltorio y hasta del anuncio publicitario que salía por la tele. Se llamaban Príncipe De Beukelaer; ahora, aunque no las he vuelto a probar por si no son las mismas y el nuevo sabor me afea el recuerdo, se venden como Príncipe de LU. El príncipe de hace décadas, el que aparecía dibujado en el paquete, era de porte tranquilo y apacible; aún lo veo de pie, con un ligero contraposto y los brazos en jarra: se daba un aire de afabilidad y de discreción que, para serles sincero, agradaba. El de ahora, en cambio, víctima del Photoshop, está más musculado, apoyado en un pie como si corriera hacia ti y lanzándote una galleta ya mordida como quien le tira a un perro el hueso de una chuleta.
Pero se me está yendo la mano y aún no he hablado de la galleta que otro príncipe, el de Bel-Air, con hambre de venganza, le atizó en el moflete al humorista que presentaba la última gala de los Oscar por haber bromeado con la alopecia de su esposa. Como en el caso del príncipe de las Príncipe, el de Bel-Air, el de hace treinta años, era más elegante, cordial, divertido, ingenioso y emocionalmente inteligente; pero el Photoshop de los focos, de la fama y del éxito lo ha transformado en un príncipe del boxeo, en un Alí chulo y pendenciero con el que es mejor ahorrarte las guasas. 
Por su forma, las galletas y las tortas son eufemismos de las hostias, pero prefiero las otras, las crujientes y rellenas de chocolate y no las que algunos, sin mediar palabra, reparten como panes.