Paco Mora

Paco Mora


Predicar no es dar trigo

02/10/2021

Televisar un concierto no es ir buscando las notas discordantes del mismo, si las hubiere, para hacérselas notar a los espectadores. Discordancias que puede haberlas en la mejor de las orquestas sinfónicas por importantes que sean los músicos que la forman, porque como decía Bocazas en aquella célebre película: «Nadie es perfecto». Cosa similar ocurre con las corridas de toros. Si todos los toros embistieran de manera armónica y sin ver otra cosa que la muleta y el capote, y ellos solos se colocaran bien cuadrados para que se les entrara a matar, el toreo sería algo robotizado y sin interés.
En lo que respecta al toreo, alcanzar la perfección es más difícil todavía que en el terreno musical. Se ha dicho tantas veces, que no debería haber necesidad de repetirlo: en un principio el toreo, que nació en el rincón de Chiclana, era una batalla entre el hombre y la fiera, grande, espectacularmente encornada y sin límite de edad, hasta que Chiclanero y Paquiro dieron el primer paso, y torear se convirtió en un arte en el que los brazos comenzaron a moverse en el curso de la lidia como si no existieran las piernas. Se había iniciado el camino hacia el toreo actual. 
Televisar una corrida de toros no debe ser otra cosa que un relato fiel, con alguna aclaración técnica encaminada a la mejor comprensión de los porqués de las acciones de los toreros, acordes con las condiciones de los toros. Todo lo demás es hojarasca que ni ayuda ni entretiene. Lo peor es que ese afán de poner un exceso de palabras a lo que sucede en el ruedo huele a afán de lucimiento personal de los narradores, y la mayoría de los televidentes saben de qué va la cosa, por lo que no es necesario machacar tanto como diciendo: «Hay que ver cuánto sé yo de todo esto…».

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