Antonio García

Antonio García


Norman Mailer

13/03/2023

Hace unas semanas se conmemoró con discreción y polémica el centenario de Norman Mailer, al que sólo parecía recordar con aprecio su hija mayor, Susan. En la efemérides las grandes editoriales le dieron la espalda -como ya había sucedido con otro apestado, Woody Allen- y una antología de sus escritos políticos tuvo que encontrar una salida más discreta. Era inevitable, y más en tiempos revisionistas, poner por delante los episodios de una vida turbia, marcada por una cadena de maltratos y agresiones -entre ellas el apuñalamiento de una de sus esposas-, aunque a veces se nos olvide que estos tipos distribuyen equitativamente la violencia, sin discriminar sexos, y que muchos varones fueron también víctimas de las embestidas literales, de las iras y desprecios de quien estimaba el boxeo no sólo como deporte sino como forma de vida. Ese lastre de una masculinidad hoy llamada tóxica, tiene su contrapeso en un puñado de libros que sobrevivirán a cualquier cuestionamiento, obras que en consonancia con su egotismo furioso aspiraban ser más grandes que la vida, tanto en formato como en ambiciones, no siempre cumplidas, y en las que no se andaba con chiquitas a la hora de elegir como interlocutores nada menos que a Jesucristo, Hitler, Picasso o Henry Miller, adoptando lo mejor y lo peor de cada uno de ellos. Y si no dio caza a la gran novela americana, tal como eran sus pretensiones, se acercó a ella en títulos de ancha eslora como Los desnudos y los muertos, La canción del verdugo, o más escuálidos como Por qué estuvimos en Vietnam y Los hombres duros no bailan. Suena muy macarra -que diría Alberto Olmos- reivindicar una obra tan vehemente en tiempos mezquinos y blandos como los nuestros, pero así de macarras somos.