Un código ético que desarmaría a James Bond

Georgino Fernández (SPC)
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El Centro Nacional de Inteligencia publicó un reglamento en el año 2015 para sus 3.500 miembros que revela el abismo entre la realidad y la imagen cinematográfica de los agentes secretos

Un código ético que desarmaría a James Bond

¿Qué hacen? ¿Dónde están? ¿Cómo trabajan? ¿Están tomando café a nuestro lado y no lo sabemos? Estas y otras muchas son las preguntas que todos nos hacemos cuando oímos hablar del CNI (Centro Nacional de Inteligencia), los servicios secretos españoles. Sí hay una cosa cierta: no se parecen en nada al archiconocido James Bond británico. Si hay un rasgo que los define es la discreción aunque ahora el estallido del caso Pegasus los haya puesto en el centro de la diana, abriendo el debate sobre los límites de lo que se denomina «razón de Estado».

Sus 3.500 agentes -esta es la cifra que aportan todas las fuentes aunque nadie sabe su número exacto- conforman una institución en la sombra. Protegen desde esa zona gris y opaca que todo Estado que se precie debe tener porque el adjetivo que llevan siempre secretos es el que los define. 

El CNI fue creado por el Gobierno de José María Aznar el 6 de mayo de 2002. Fue el sucesor del antiguo Centro Superior de Información de la Defensa (CESID), que tuvo su origen en la Transición cuando lo fundó el general Manuel Gutiérrez Mellado, el recordado militar que se enfrentó al golpista Tejero en el Congreso de los Diputados. 

Hace siete años, un 12 de octubre de 2015, al hilo de la Fiesta Nacional de España, hicieron público el nuevo código ético de la institución. Todo un decálogo de comportamiento, con un último artículo muy ilustrativo. «Todos los miembros del Centro Nacional de Inteligencia asumirán como valores consustanciales al servicio España en el Centro la profesionalidad, la integridad y el rigor, el sentido del compromiso, la discreción, el espíritu de sacrificio, la lealtad, el respeto a jefes, compañeros y subordinados, el trabajo en equipo, la altura de miras y la búsqueda de la excelencia».

Sobre todo... mucha discreción

En los 20 artículos que conforman esta singular guía de conducta queda muy claro el abismo que separa lo que es la realidad de un agente secreto y la imagen que de ellos ha conformado el cine. ¿Algo parecido al inglés James Bond? Ni por asomo. ¿Tal vez el Jason Bourne estadounidense¿ Tampoco; ni de lejos. Si hubiese que buscar un paralelismo sería, tal vez, el de los espías solitarios y anodinos que protagonizan algunas novelas de Graham Greene. Algo parecido al Jim Wormold de Nuestro hombre en La Habana. En el día a día de estos agentes no hay tiroteos en medio de ciudades, ni persecuciones escalofriantes en coche. 

Los miembros del CNI adoptan la discreción como su principal virtud. Un precepto que impone la obligación de guardar «rigurosa reserva sobre la información que conozcan por razón de su actividad profesional» así como evitar «que su vida profesional trascienda de su entorno personal más íntimo».

 Además, si la reseva es su gran seña de identidad, el engreimiento y la vanidad es el peor pecado que puede cometer un agente secreto. Así lo explicita el código ético al exigir a los agentes que asuman «la renuncia tanto a dar publicidad de sus éxitos como a defenderse de los ataques más injustos» (se ha visto ahora con toda la pirotecnia independentista con Pegasus) y que actúen «con humildad y espíritu de equipo, sin buscar ni el protagonismo individual ni el reconocimiento público».

Los profesionales españoles se comprometen a comportarse «en todo momento y circunstancia, de manera íntegra y digna», pues la ejemplaridad, es considerada como el «mejor medio para velar permanentemente por la reputación y la imagen» del CNI.

Y otro detalle curioso, deberán velar por todos los recursos públicos a su disposición, evitando «su desaprovechamiento o despilfarro». O sea, lejos de los Aston Martin, yates, esmoquin impoluto o los martinis. Por supuesto, ni agitados ni mezclados durante el trabajo.