Javier López

NUEVO SURCO

Javier López


El leve destape

30/06/2021

Recién comenzado el verano, parece que vamos deambulando con un cierto alivio por los territorios de una esperanza mínima. No nos terminamos de fiar, porque el virus sigue vivo y coleando y las autoridades sanitarias nos recomienda máxima precaución y advierten que lo de poderse quitar la mascarilla es una medida tomada desde el poder político pero no una ordenanza sanitaria. De manera que no sabemos muy bien donde termina la mascarilla y comienzan los indultos. El caso es que un cierto alivio sí que se percibe en eso que hemos venido en llamar ‘fatiga pandémica’, que es como una pandemia psicológica que ha transcurrido en paralelo a la del Covid19. Ha afectado a nuestro ánimo, especialmente a nosotros, los españoles, tan poco acostumbrados al encierro y tan habituados a la jarana.
Lo cierto es que la vacunación  ha adquirido un ritmo envidiable en España poniendo de manifiesto lo importante de tener un tejido sanitario que vertebra el país de forma eficaz. En algunas comunidades, como la de Castilla-La Mancha, con la población treintañera metiéndose ya en la harina de la vacunación. La vacuna es la gran esperanza, y la ansiada inmunidad de rebaño el punto culminante para decretar el ‘rompan filas’ que ahora solamente nos tomamos a pequeños sorbos y con grandes temores y precauciones. Ese momento de esperada alegría se ve estos días ensombrecido por la aparición de inquietantes nuevas mutaciones en las que hay que comprobar la efectividad de la vacuna. Así se las gasta este virus tremendo y escurridizo.
Es lo que hay y lo que ha tocado vivir y aquí se está afrontando con disciplina y garantías. Porque el verano anterior fue un auténtico páramo sin sonrisas ni bullangas piscineras. Este año la cosa pinta de otra manera, con todas la cautelas, pero ya con la esperanza de un romper filas más estable que el alivio en el que estamos ahora. Se anuncia la inmunidad de rebaño para el final de agosto, en las postrimerías  del verano, lo que hace presagiar un otoño plagado de festejos y celebraciones con la sensación de  una libertad recobrada en la vieja y añorada normalidad.
No será fácil volver a los abrazos y los besos, al compartir sin medida, cuando llevamos más de un año metidos en un corsé trepidante que ha ido de menos a más, hasta el punto de llevar la mascarilla puesta hasta en las reuniones familiares más entrañables. La mascarilla, ese salvavidas que al principio era un objeto discutido y discutible que casi nadie sabía muy bien si servía para algo, y hasta Fernando Simón, tan discutido y discutible como la propia mascarilla, dudaba de su efectividad en los tremendos primero días de la pandemia.  Ahora sabemos que ha sido una barrera eficacísima para evitar la propagación brutal del virus. No hay más que ver la cantidad ínfima de constipados que ha habido este invierno. El resfriado, que al final es un virus pequeñito y de andar por casa como las moscas veraniegas, no ha tenido donde anidar y nos ha dado la medida justa de lo eficaz de la mascarilla. Los farmacéuticos aseguran que se les ha quedado todo el Frenadol en las despensas.
De manera que mascarilla y vacuna. Pero la vacuna ha sido nuestra única opción y nuestro único salvavidas, y los que saben del tema insisten: es un hito histórico que en menos de un año la Ciencia haya puesto en circulación un remedio poderoso contra un virus que llegaba con intenciones de llevarse al mundo por delante. Si no lo ha conseguido ha sido por nuestros  científicos que han puesto toda la carne en el asador. Mientras que nosotros, esperando, hemos vivido a medio gas, aguardando el momento de visitar el centro de salud.
Así hemos llegado al segundo verano de la pandemia del Covid19 que será el estío del ir rompiendo filas e ir retomando algunas de las viejas sensaciones a las que nos vamos acercando con una cierta timidez. Nos han dicho que nos podemos quitar la mascarilla en exteriores, siempre y cuando no haya aglomeraciones y se guarde la distancia debida, pero nos hemos acostumbrado a ella como si fuera una segunda piel y nos cuesta ya mostrar una sonrisa distinta a la de la mirada porque sonreír enseñando los ojos suele ser más bello que hacerlo mostrando los dientes. Así que la hemos tomado cariño y no nos la queremos quitar. Eso es lo que se ha detectado en los primeros compases del leve destape con el que comienza este verano.