La caída del yerno perfecto

Leticia Ortiz (SPC)
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El 'caso Nóos' explotó mediática y judicialmente en diciembre de 2011, por lo que Casa Real se vio obligada a apartar a Iñaki Urdangarín de las actividades oficiales por su comportamiento «poco ejemplar»

La caída del yerno perfecto - Foto: Cati Cladera

En lo alto del Palau Blaugrana, donde disputan sus partidos los equipos de balonmano y baloncesto del Fútbol Club Barcelona, lucen las camisetas de varias leyendas de ambas secciones del club culé. Masip, Epi, Dueñas, Navarro, Solozábal, Barrufet... Iconos de los dos deportes que vistieron la elástica del conjunto catalán. También sigue allí la del dorsal siete que durante casi dos décadas vistió Urdangarín. Y es que el vasco luce un palmarés deportivo envidiable: 10 ligas Asobal, siete Copas del Rey, nueve Supercopas, tres Copas Asobal y 11 Ligas catalanas en torneos nacionales, seis Copas de Europa, dos Recopas y cuatro Supercopas en certámenes internacionales; y, además, dos medallas de bronce en los Juegos de Atlanta 1996 y Sídney 2000 con la selección española, de la que fue capitán. Una verdadera leyenda.

Un historial en el balonmano que unido a su porte físico -alto, rubio y atractivo- y a su personalidad -simpático, educado y accesible a los medios- convirtieron al vasco en el yerno ideal desde que la Casa Real anunció su compromiso con la Infanta Cristina y, más aún, desde que contrajeron matrimonio en Barcelona en 1997. Pero hace justo 10 años, en diciembre de 2011, aquella imagen de chico perfecto quedó sepultada para siempre. Estallaba el caso Nóos y con ello el descenso a los infiernos de Iñaki Urdangarín.

Fue el 11 de diciembre cuando, en un movimiento insólito, el por entonces jefe de la Casa Real, Rafael Spottorno, convocaba a los medios en Zarzuela para comunicar que el yerno del Rey Juan Carlos quedaba apartado de la agenda oficial de la institución monárquica por su «conducta poco ejemplar». Apenas dos semanas después se producía la noticia que se esperaba desde que la Justicia comenzó la investigación a la institución que había fundado en 2004, Nóos Consultoría Estratégica, y también la firma que derivó de esa compañía, el Instituto Nóos: Urdangarín fue imputado por el juez Castro, instructor del caso, quien también fijó en su punto de mira a la Infanta Cristina, cuya imputación llegaría meses más tarde.

La sentencia llegaría en febrero de 2007: el exduque de Palma fue condenado a seis años y 3 meses de cárcel, siete años y un mes de inhabilitación especial y a abonar una multa de más de un millón de euros. El fallo consideraba probado que el acusado había cometido los delitos de prevaricación continuada y malversación (ambos en concurso), tráfico de influencias, fraude a la Administración y delito continuado de falsedad en documento público. Este último cargo fue anulado posteriormente por el Tribunal Supremo, lo que significó una rebaja de cinco meses en la pena de cárcel. 

En junio de 2018, el exjugador de balonmano entró en la prisión de Brieva, en Ávila. Tras lograr el tercer grado el pasado enero, Urdangarín disfruta ya de la semilibertad. «Estoy bien, remontando, volviendo a mi nueva normalidad», explicaba en octubre a Catalunya Radio, donde también dejaba claro que el deporte le estaba ayudando ante esta etapa, que no ha sido fácil: «Ayuda a no parar de empujar hasta el final». Una insólita entrevista que aprovechó también para agradecer públicamente a quienes siempre han estado a su lado: «Los amigos siempre están ayudando, eso no cambia ni en los buenos momentos ni en los no tan buenos».

Distanciamiento

Entre ese plantel de amigos ya no está el ahora Rey Felipe VI, quien en su día fue uno de los íntimos de Urdangarín. «Nunca le va a perdona. Jamás», apuntan fuentes cercanas al Monarca. Y eso que tanto él como la Infanta se convirtieron en confidentes y protectores del entonces Príncipe cuando comenzó su relación con Letizia Ortiz, ejerciendo como sus anfitriones en Barcelona, donde escapaba la pareja para huir de Madrid y, sobre todo, de la prensa rosa.

Pero cuando en 2006 comenzaron a surgir las primeras informaciones sobre los presuntos negocios irregulares del exdeportista, el Príncipe se distancia de ambos. Una ruptura que se evidenció aún más cuando Don Felipe, ya convertido en Rey, desposeyó a la pareja del título de Duques de Palma, después de solicitar a su hermana que renunciase al título. Pero la Infanta no lo hizo, como tampoco aceptó divorciarse de Urdangarín cuando se lo solicitó su familia al estallar el escándalo. El yerno perfecto había dejado de serlo.