No es complicado detectar a los anglófilos porque su patriotismo es parejo al francés, pero con motivos. Es cierto que su defensa del parlamentarismo como modelo político es un poco exagerada cuando Enrique VIII ha sido tu rey u Oliver Cromwell un dictador reverenciado. Tal vez su persecución sistemática a los católicos, desprecio a los irlandeses y abusos sobre las colonias no dibujen una histórica idílica, pero esas miserias acompañan a todos países.
Su condición de isla le ha permitido históricamente gastar poco en defensa, eludir las cíclicas destrucciones continentales y el impacto de las guerras civiles. Sin embargo, el poderío intelectual, el aprecio a la libertad de expresión y a la innovación han sido genuinas. Parte de su legado explica que Estados Unidos se haya transformado en una potencia hegemónica y que el inglés sea lingua franca en el mundo. Ahora solo les queda su magnífica producción audiovisual para adornar un pasado menos glorioso de lo que muestran.
No es fácil discernir por qué han sido brillantes en la economía y en la educación de calidad o en la defensa de su modelo de gobierno. Algunos dirán que el alto nivel de sus políticos justifica su apego al sistema democrático, pero basta con hacer un repaso a sus primeros ministros y el resultado es decepcionante. Sufre mucho una nación cuando tienes a un primer ministro con una moral tan dúctil como la que posee Boris Johnson. La mentira sistemática corroe cualquier institución por sólida que parezca.
Hasta la fecha, los ciudadanos británicos han tolerado la concentración de poder y las mayorías absolutas sin discusión. Esa etapa ha llegado a su fin. Al tener circunscripciones pequeñas, los parlamentarios estaban comprometidos con sus votantes y no con el Partido; ahora la lealtad al líder es lo que destaca.
Irónicamente es el país que más ha abrazado la cultura de la cancelación. La nación que más ha defendido la libertad de expresión ahora fiscaliza a sus ciudadanos. Llevan un siglo intentando construir al británico socialmente perfecto. Los hongkoneses amantes de la libertad deberían buscar otro refugio. El mayor reto al que se enfrentan es la ignorancia y el desprecio a su pasado. Cuando se está en declive es importante saber en qué te has equivocado. La meritocracia es muy dura, pero económicamente efectiva. El igualitarismo compulsivo impulsa la mediocridad, agota a los mejores y extiende la pobreza. ¡Bienvenido al continente!