Eloy M. Cebrián

Eloy M. Cebrián


La rata topo

29/04/2022

Hace unos años anduve perdido por Gerona en busca de los escenarios donde Javier Cercas ambienta su novela Soldados de Salamina. Se trata de un ejemplo de turismo literario, que consiste en adornar el turismo a secas con unas pinceladas de cultura y un algo de pedantería. Pero nunca había llegado tan lejos como el domingo pasado, cuando me planté en un zoo madrileño por un motivo similar. La excusa literaria que me condujo hacia este destino de excursiones familiares fue un libro, claro. En concreto, el titulado La muerte contada por un sapiens a un neandertal, que firman al alimón el escritor Juan José Millás y el antropólogo Juan Luis Arsuaga. El propósito de la obra es analizar y divulgar los mecanismos que conducen al final de la vida, e insiste en la idea de que en la naturaleza no hay decrepitud, solo hay plenitud o muerte. Según esto, ese territorio intermedio que es la vejez sería un invento plenamente humano, un resultado, quizás indeseable, del avance de la ciencia y de nuestra comprensión del funcionamiento de la vida. Sin embargo, existe en África un animalito que desafía todos nuestros conocimientos al respecto. Se llama la rata topo desnuda y viene a ser del tamaño del dedo índice de una persona adulta. En su cuerpecillo pelado y poco atractivo, en su biología y su metabolismo, este mamífero esconde nada menos que el modo de burlar el cáncer y de prolongar la vida. El ratón doméstico vive entre uno y tres años. La rata topo, en su entorno natural, puede vivir hasta los 30. Alertado por Millás y por Arsuaga, el domingo pasado me planté en Faunia para preguntarle el secreto, ahora que estoy a punto de cumplir la sexta década y empiezo a verle las orejas al lobo. Como cabía esperar, la rata topo me ignoró por completo y siguió con lo suyo. Quizás sea ese precisamente el secreto de su longevidad.