Tiempos de solidaridad

José Francisco Roldán Pastor
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«La solidaridad debe ser gratis, sin trucos, descarada»

Tiempos de solidaridad - Foto: J.J.M.

Han pasado cinco años. Era mayo y la inmigración empujaba con una fuerza inusitada. No tenemos claro hacia dónde nos lleva esta avalancha de gentes, que vienen a vivir, que no es poco, pero no debemos caer en la candidez de pensar que todo es benévolo, que no habrá costes, y no sólo económicos, porque nos traen lo mejor y lo peor de otros lugares donde se vive y muere por razones que consideramos superadas en el nuestro entorno social. No deberíamos dejarnos llevar por la deriva demagógica, tan sencilla de defender, porque no es justa, por muy buen corazón que parezcamos tener. 

Es muy fácil regalar lo que no es nuestro, pero queda la mar de bien. Estas reflexiones de entonces pueden valer para estos días de polémica: «Habrá pocas cosas tan hermosas como la solidaridad; entregarse a los demás generosamente. Hemos conocidos ejemplos preciosos a lo largo de nuestra historia que han dejado una rémora de admiración inigualable. Personas de todo tipo y condición que decidieron, en un momento determinado, dejar el rumbo diseñado de antemano para embarcarse de una gran aventura vital con finales distintos y distantes. Pero no es necesario recuperar paradigmas del pasado abriendo mundos nuevos solapando culturas milenarias y transformando escenarios contrastados que parecían imperturbables. 

Hay quien se muestra solidario con pequeños gestos, que no cuestan dinero o esfuerzo, para favorecer a sus semejantes. Desde una mesa de despacho, en el campo de batalla laboral, dentro de un edificio, sobre una plataforma petrolífera, en cualquier espacio o tiempo, los habrá que demuestren su generosidad sin tapujos, con la normalidad de quien se entrega sin esperar reconocimiento o recompensa. Hay quien regala su tiempo, destreza, habilidad, simpatía, mesura, sabiduría, esmero o paciencia, variables infinitas que tanto bien pueden ofertar. Los que donen dinero, poder, influencia, respeto, respaldo, capacidad para resolver dificultades, en definitiva la mayoría de cosas materiales que tanto se pueden necesitar. Y no podemos obviar a los que se dan en cuerpo y alma. Nada que oponer a tantos destellos de amor. Precisamente, cuando menos recursos materiales se ofrecen, el ingenio invade expectativas y aporta soluciones imaginativas con una soltura propia de la magia social. 

Los que no tienen nada, a veces, son capaces de entregar mucho más que los que parecen tenerlo todo, menos piedad o cariño. El problema surge cuando aparecen recursos, regalos, concesiones o subvenciones que superan las primeras previsiones; cuando las fuentes de financiación se multiplican, ya sea por la oferta disponible o la perversa imprevisión del que deja para más tarde nivelar cuentas. El que recibe, jamás reconocerá mala administración, porque llega capital para satisfacer mil necesidades. Sin embargo, cuando la racha se trunca, no hay herramientas para mantener un despilfarro complicado de parar. A partir de ese momento, porque no se analiza con rigor, aparecerá la demagogia sencilla de los interesados en sustentar espejismos traidores. 

Pero los protagonistas verdaderos de la perversión social se muestran como profesionales de la solidaridad, tragaldabas acaparando en su provecho los recursos que se deben administrar en el espacio y el tiempo. 

José fundó una escuela egipcia de economía oficial, que tanto bien hizo interpretando los sueños. Los profesionales del subsidio lo que quieren son financiación; primero, para montar sus infraestructuras, privilegios, sueldos y prebendas. Lo que quede, después de descontar tanta mentira, podrá enviarse a los destinatarios de la ayuda solidaria. El origen de esos dineros sale de distinto caño, pero de la misma fuente. Sin embargo, parece ignorarse demasiadas veces esos argumentos irrefutables, de manera que se obvian en beneficio de los infectos intereses particulares. Porque el dinero oficial, también  el que sale de muchos bolsillos por separado, no tiene nombre en el destino, y se queda en reductos intermedios que succionan con absoluta impunidad. 

Habrá quien se financie su casa y viandas porque son la sede de una organización, supuestamente solidaria, que inventó para ganar. Otros se reparten empleos bien remunerados, con material y apoyos técnicos de última generación, que agotarán el capital que debería estar destinado a los que necesitan  la auténtica solidaridad. Sin olvidar esos personajes relevantes que dirigen los destinos que enmarcan las fronteras, que lejos de regular el reparto de la ayuda, deciden apropiársela a sangre y fuego ofertando todo tipo de tropelías a quien ose denunciar. No podemos dejar de lado a esos falsos paladines o mecenas engañosos que exigen respuestas oficiales sin poner nada de su parte, que denuncian defectos u olvidos de otros sin reconocer las propias faltas, que esconden intereses clandestinos para reforzar su protagonismo social con el dinero de cualquiera, menos el suyo, pues les sale gratis su beligerancia ruidosa tratando de liderar grupos de manipulados y gente pobre, que idolatra a malabaristas sociales capaces de aparentar y decidir lo que es bueno o malo. Y esos colectivos indefensos, implorando atención, seguirán ciegamente al flautista que pueda captar sus anhelos para orientarlo hacia derroteros indefinibles. 

La solidaridad debe ser gratis, sin trucos, descarada. Deberíamos ser capaces de identificar a los pillos aprovechados que consideran que la necesidad y el apoyo empiezan en uno mismo, y es por eso que se quedan con lo que les dejan». Deambulamos sobre los surcos de la demagogia. Son tiempos de solidaridad, pero de verdad.