El legado del Darwin moderno

J.Villahizán (SPC)
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El ecólogo Edward O. Wilson, uno de los expertos más influyentes y comprometidos con la biodiversidad y el respeto por la naturaleza salvaje, deja tras de sí un minucioso trabajo sobre la conservación de las especies

El legado del Darwin moderno

Apasionado, tenaz y naturalista son adjetivos que se quedan diminutos para definir el enorme trabajo científico de un sabio de las especies de la talla de Edward Osborne Wilson (Alabama, 1929-Massachusetts, 2021), conocido como el Darwin de la era moderna. No en vano en su despacho tenía un simpático muñeco con la cara del autor de El origen de las especies, al que irónicamente preguntaba si sus investigaciones avanzaban en las misma línea que sus descubrimientos.

El famoso ecólogo estadounidense, que falleció el pasado domingo a los 92 años en Burlington, acuñó y popularizó términos como biodiversidad y se empeñó durante toda su vida en concienciar a la sociedad sobre su valor y la importancia de conservarla. Incluso abogó por proteger la mitad de la Tierra del afán explotador del ser humano.

Investigó conceptos como biodiversidad, conducta social, éxito reproductivo, parentesco genético o biofilia, el placer natural que siente el hombre en contacto con la naturaleza salvaje.

Además, Wilson estableció la sociobiología como un nuevo campo de la ciencia, dedicado a estudiar el comportamiento social de los animales, incluidos los humanos.

Una de sus ideas más controvertidas apareció en el libro Sociobiology: The New Synthesis, publicado en 1975, y en el que describió el papel que la genética juega en el comportamiento de los animales.

En su último capítulo, dedicado a la humanidad, Wilson argumentaba que el comportamiento del hombre está basado en la genética, de manera que cada persona tiene unos genes que le hacen más proclives a unos comportamientos, como bondad, agresividad o división del trabajo por género.

Décadas después, los científicos reconocieron que los genes sí juegan un papel en los comportamientos humanos, aunque todavía se desconoce cuál es la importancia real de esa herencia en las personas.

«Los humanos somos seres competitivos y nunca alcanzaremos la paz», reconocía el biólogo en una entrevista. A pesar de ello, el entrañable profesor apuntaba que «tenemos que aprender a pactar, y ahí entra en juego nuestra inteligencia».

Wilson  apostaba por llegar a un acuerdo con nuestra casa, es decir con la Tierra en la que habitamos y con la naturaleza. En ese sentido, el biólogo consideraba que lo más provechoso para la especie es resistir la tentación de dominar y cambiar la naturaleza. «Yo diría que debemos ponernos a la altura de la naturaleza, dejar de considerarnos algo ajeno y aceptar que somos parte de ella. Vivimos en el paraíso absoluto en este planeta y no queremos darnos cuenta», argumentaba.

Sin embargo, en el momento en el que las críticas arreciaban, Wilson escribió On Human Nature, que ganó en 1979 el premio Pulitzer de no ficción. También obtuvo ese reconocimiento por The Ants (1991), en la que analizaba la anatomía y comportamiento de las hormigas.

Es más, en otra de sus publicaciones, en The creation. An appeal to save life on Earth (2007), alertó sobre las consecuencias de la contaminación, el calentamiento global y el deterioro de la diversidad biológica, y sugirió que la ciencia y la religión deberían actuar en conjunto para resolver esos problemas.

La teoría del 50 por ciento

El heredero de Darwin abogaba en sus textos por la protección total de la mitad de la Tierra y así conservar la suficiente diversidad en el 50 por ciento de la superficie terrestre y marítima del planeta. De esta forma, los ecosistemas estarían interconectados y revertirían la extinción de las especies, un acontecimiento que sucede ahora a un ritmo jamás visto.

Precisamente, el proyecto de Naciones Unidas 30 por 30 se inspira en las teorías de Wilson y urge a los Estados y gobiernos del mundo a conservar, al menos, el 30 por ciento de la masa forestal y oceánica salvaje, así como su biodiversidad y ecosistemas en el horizonte de 2030.

Wilson era también una autoridad mundial en el conocimiento de las hormigas. Se inició en su estudio hace ya casi 70 años a raíz de una especie invasora en el sur de EEUU, la hormiga de fuego (Solenopsis saevissima richteri). Con el tiempo llegaría a describir 625 especies, 341 de las cuales resultaron nuevas.

Uno de sus grandes hallazgos fue entender cómo las hormigas comunicaban el peligro y los caminos para transportar comida mediante la emisión de sustancias químicas. En esas investigaciones definió el término hormiguero, todavía vigente, como una entidad con vida propia formada por miles de individuos en que el conjunto se convertía en un único individuo de características superiores a la suma de las partes.

Lo verdaderamente romántico de la vida de Edward O. Wilson es que inició su pasión por los insectos cuando tenía solo 10 años y pasaba horas en los bosques coleccionando insectos y mariposas. «La mayoría de los niños pasan por una etapa de fascinación con los bichos; yo no he superado la mía», llegó a decir en una ocasión.

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