Andrea Chénier

Antonio Soria
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La actualidad del espíritu revolucionario, en la búsqueda del Camino

José Cura como Andrea Chénier.

Fernando Sánchez Dragó se refiere en su Gárgoris y Habidis (tan criticado entre otros foros en la Tribuna Libre del diario El País), al Camino de Santiago como una vía de viaje iniciático que transciende en mucho el origen de la iglesia católica en el tiempo, un viaje al final de la tierra, hasta finisterre, trascendente e imprescindible para todo espíritu sabio desde el origen de la cultura europea conocida.

Los espíritus inquietos y la devoción se acompañan en este recorrido, deseado por muchos e institucionalizado desde hace siglos, dando por contado al peregrino su prurito en el camino.

Haciendo un símil, fácil, el Camino, que se hace al andar, como la Vida, requiere de horizonte, de destino, y de la arriesgada creatividad de la revolución, en el sentido estricto de revolver o revolverse, ante el origen, para la evolución mediante el cambio.

Dice la RAE que la revolución, en su segunda acepción, supone un «cambio profundo, generalmente violento, en las estructuras políticas y socioeconómicas de una comunidad nacional». Y aquí no puedo resistir introducir la figura que tan bien describe el tenor argentino José Cura, en entrevista previa a su magistral actuación en el Teatro Colón como protagonista de la ópera más célebre de Umberto Giordano, Andrea Chénier, poniendo en valor la figura del poeta por «...la vigencia que tiene Chénier en la situación política internacional. Gente como Chénier que hablaba sin pelos en la lengua -dice Cura-, que apoya una revolución cuando veía que esta revolución era justa, y asimismo criticaba aquello que había apoyado cuando veía que lo que había apoyado se empezaba a parecer peligrosamente a aquello que había atacado».

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