Juan Bravo

BAJO EL VOLCÁN

Juan Bravo


Esperpento o farsa

21/02/2022

El hecho de que tengamos conciencia de que una bomba va a explotar no le resta un ápice de estupefacción cuando la detonación se produce, en especial en casos como el vivido el pasado jueves en Madrid. Muy convencido ha de estar el Partido Popular de la fidelidad de su electorado cuando, una vez tras otra, incurre en errores impropios de gentes ya no sólo con un nivel mínimo de raciocinio, sino incluso de sentido común.
Nada extraño que las gentes con personalidad y con ganas de hacer cosas importantes y de prosperar, huyan de la política como de la peste, aun siendo conscientes de su trascendencia en el mundo actual. Y es que resulta más que penoso ver en lo que se han convertido los partidos políticos con posibilidades de alcanzar el poder.
El divorcio Ayuso/Casado se veía, en efecto, venir, pero muy pocos podían prever que la hoguera iba a alcanzar semejantes dimensiones de desidia, hasta el punto de provocar un sentimiento de vergüenza ajena entre la ciudadanía. Sacar los trapos sucios de la forma en que lo han hecho no se le ocurre ni al que asó la manteca, aunque sólo hubiera sido por el respeto a los electores que los votan.
Hay ocasiones en que estos auténticos choques de tren, como ocurriera en tiempos del Imperio Romano con César Augusto y Marco Antonio, son motivo de vastas tragedias shakesperianas. El listón, sin embargo, hoy día ha descendido tanto que apenas da para una película de Torrente (con sus espías y todo), o, a lo sumo, de Almodóvar, por más que fueran muchos (entre los que me encuentro) los que vinieran viendo en el mito de Isabel Ayuso una versión moderna de Pygmalión de Bernard Shaw. La tragedia, por falta de imaginación, por exceso de vulgaridad, por su zafiedad, tosquedad y mil epítetos más, ha devenido en farsa y aun en esperpento en la línea de Valle-Inclán o incluso de La venganza de don Mendo del inolvidable Pedro Muñoz Seca.
Estos dos personajes –Pablo Casado (en íntima colaboración con su brazo derecho Teodoro García Egea, llegado en nefasta hora a la política) e Isabel Díaz Ayuso, con su hermano Tomás (comercial/comisionista de mascarillas: maldita pandemia)– vienen protagonizando la tan manoseada historia de ambición, celos y muerte segura; una historia que, en el momento en que escribo estas humildes líneas acaba de alcanzar el cráter de su hilo argumental para encaminarse raudo hacia el desenlace. La torpeza con que han actuado los dos máximos dirigentes de Génova, y la soberbia y altivez de Ayuso (jactándose de ser quien obtiene los votos) han puesto una vez más en el disparadero a un PP con excesivas ínfulas después de haberse desmarcado de los escándalos de sus inmediatos antecesores en el poder y de haberse declarados dispuestos a sanear a la Derecha española (o el Centro/Derecha, como gustan denominarse).
El resultado, mientras, con preocupación y hastío, aguardamos la continuación de la farsa, a la vista está, con un PSOE encantado de presenciar el naufragio del PP, con la esperanza de que algo bueno caiga en su zurrón; y, en especial VOX, ahora que, que ya está prácticamente reducido a escombros el esperanzador edificio erigido y derruido por Rivera, se frota las manos, alegre y confiada, esperando seguir recogiendo lo que los líderes Populares van despilfarrando de una manera tan zafia.
El problema en la política de partidos (especialmente en la española) es que, ante todo y por encima de todo, prima la intriga, la sed de poder, la arrogancia, la presunción y la vanidad, por no hablar de la falta de preparación, de formación y de inteligencia. Sinceramente no sé quién de los dos saldrá airoso de este lamentable lance, aunque no me cabe la menor duda de que tenemos cisma a la vista, a no ser que tan nefastos actores reciban su merecido y venga un tercero cargado de prudencia y saber estar, aunque sea de Galicia, región tan pródiga, desde siglos atrás, en diplomáticos y políticos complacientes maliciosos y zumbones (será cosa del clima que decía Montesquieu).