Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


Comer de noche

15/01/2022

¿Es lícito comer una tableta de turrón a escondidas y de madrugada? Antes que nada habrá que convenir -y hasta perseverar- en que la caridad empieza por uno mismo -necesidad propia-. Uno se va a la cama ya pensando en el turrón -los reincidentes sabemos que los saldarán bien pronto, aunque apresúrense, algunas marcas, por comercial política, prefieren retirarlos sin más- y en la cama hace como que lee, su pensamiento está en la tableta, apaga la luz de noche, da más de una vuelta, parece querer dormirse -y ese querer no es más que la decisión irrevocable de acabar con el turrón-. Es algo categórico -y en esa categoría uno puede imaginarse su cara, parecida a la del vampiro empachado, recostándose tras la ingesta del turrón de Jijona (ya que hay pecado que lo sea espléndido: el hombre que devora, de una sentada y de noche, una tableta de Jijona -y no de otra clase- asume, como Julián Sorel, que lo único importante es la sumisión del corazón)-. De ahí que la licitud del acto quede en segundo término. En la traducción de Juan Bravo del Rojo y Negro de Stendhal (que es la que yo releo) puede palparse la tragedia de Sorel, la fatalidad de su marcha, la pasión del amor -el pecado para un joven sacerdote-. En uno de sus cuentos (aquí la traducción es de Consuelo Berges) la duquesa de Bracciano lo había dicho («qué lástima que tomar helados no sea pecado») y su queja delimita con precisión la causa. Comer turrón a escondidas y de madrugada, cuando todos duermen, comerlo como una necesidad fatal, va más allá de la culpa, la falta, yerro o debilidad. La duquesa tenía razón. Si uno es sorprendido, de madrugada, con tazón caliente de leche, mostrará una cara triste y hasta de yeso, pone remedio -dirá- al sueño rebelde y su acción no sólo será lícita, lo será solidaria para el resto de la familia. Pero el turrón. Despachar una tableta de una sentada a oscuras puede atesorar el pecado alegre de la bellísima Vittoria Accoramboni, pero tengo para mí, por reincidente, que está más cerca de ser un pecado espléndido (si estás solo y a nadie rindes cuentas, el turrón sabe desigual) y sumiso el corazón al quebranto, restaría la licitud del acto. Cuántas más tabletas mayores sumarios. Y a mayores sumarios mejores abogados.

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