El pan nuestro de toda la vida

JOSÉ IVÁN SUÁREZ
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Se celebró recientemente el Día Mundial del Pan, un alimento milenario que en los años 20 del siglo pasadogeneró una agria polémica en Albacete, con protestas continuas sobre la cocción o la blancura del producto

El pan nuestro de toda la vida

La pasada semana se celebró el Día Mundial del Pan, un alimento que lleva con el ser humano desde hace miles de años. El Museo Arqueológico de Albacete atesora molinos de mano prehistóricos y sellos medievales que demuestran la gran raigambre del pan a nuestra tierra. Y aunque hoy nos pueda parecer un producto inofensivo, su presencia ha significado la vida y su ausencia, la razón más férrea para un motín. Porque hoy abunda y hay pan de distintos tipos, calidades y precios. Pero a finales del siglo XIX existía una concepción muy generalizada de que los panaderos adulteraban el pan mezclando la harina con cal y greda. En 1897, se escribía en un periódico: «el pan, francamente, se elabora de tal modo, que es necesario tener un estómago de hierro para no estremecerse al pensar lo que comemos cuando llevamos a la boca un mendrugo». 

Siglos atrás, el alza de precio del pan había generado revueltas en Córdoba (1652); el Motín de Esquilache en Madrid (1766); o el Motín del Pan en Valladolid, cuando en 1856 incluso se incendiaron fábricas, se devastaron campos y se arrasaron viviendas. Durante el paso de la historia, la carestía de este producto ha provocado hambre, sangre y miseria. Sobre el pan existen mil refranes y todos son ciertos. Dice uno de ellos que «al pan, pan y al vino, vino».  Pues eso, las cosas por su nombre. El diario albaceteño  Hoy, en 1932, ante los problemas sociales del momento, lo tenía claro:  «Trabajo, pan y ley. No hay otro medio sensato de resolver los conflictos del hambre».  La desigualdad no estaba resuelta y el pan seguía provocando un grave conflicto urbano entre los vecinos, la administración municipal y un gremio señalado. 

Los mandamientos del panadero honrado. En las zona rurales de la provincia, el pan era más accesible. Jordán Montes y De la Peña Asencio han recopilado numerosos testimonios en su libro Sierra, Llanura y Río (IEA Don Juan Manuel, 2018). En los pueblos y cortijadas, la gente intercambiaba el pan por esparto o usaban colectivamente los hornos. Cuentan que en las aldeas de la sierra a la mujer que sabía hacer la masa se le decía, «ya te puedes casar, que vaya pan que haces». En el imaginario aún quedan cantares que invocan este ancestral conocimiento: «Crécete masica mía // como creció Jesucristo // en el vientre de María». Pero en Albacete capital, el problema del pan se prolongaba durante décadas. Un diario de la ciudad, Renacimiento, resumía en dos los diez mandamientos del panadero honrado: «Dar un pan excelente sobre todo, y no robar al prójimo como si hubiera de comerlo y pagarlo a sí mismo». 

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