El tataranieto que rompió el olvido

Ana Martínez
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El escritor Miguel Ángel Molina recopila en un libro la vida y obra de Gregorio Guerrero Laplaza, un reconocido tallista albacetense que firmó importantes trabajos de arte decorativo entre el siglo XIX y XX

El escritor Miguel Ángel Molina Jiménez con el libro sobre su tatarabuelo. - Foto: M.A.M.J.

Nunca imaginó que aquellas historias y anécdotas que le contaba su tía abuela María Guerrero, sobre su tatarabuelo, se convertirían años después, tras meses de investigación y buceo en un sinfín de archivos y hemerotecas, en un libro de 118 páginas con el que el escritor Miguel Ángel Molina Jiménez ha querido saldar una especie de «deuda familiar», rescatando del olvido la vida y obra de Gregorio Guerrero Laplaza, un insigne tallista que dejó en legado importantes obras en madera que elaboró durante la España de finales del XIX y principios del XX.

«Gregorio Guerrero Laplaza fue el tallista albaceteño más reconocido de su época, oficio que conjugó con su intrépido interés por la invención». Así comienza el primer capítulo del estudio monográfico que Miguel Ángel Molina, tataranieto del protagonista, ha escrito sobre «un artista albacetense de talla e inventiva», un «personaje ilustre» para la sociedad albacetense de su tiempo y uno de sus primeros artistas con proyección, gracias al buen nombre que se labró en Madrid, a través de los trabajos que dejó en diversos palacios de la nobleza, y por sus colaboraciones con el reconocido escultor valenciano Mariano Benlliure.

Basándose en los recuerdos familiares y en esas notas que cogió antes de 2007, año en el que murió su tía abuela, Miguel Ángel Molina empezó a localizar aquellos documentos que le confirmarían la autoría de las obras que testimonios orales atribuían a Gregorio Guerrero: «Es cierto que es un personaje desconocido en la actualidad, pero no en el tiempo ni en la ciudad que le tocó vivir», aclara el escritor, que atribuye este olvido contemporáneo a varias consecuencias:que su tatarabuelo fuese tallista, que la mayoría de su trabajo en imaginería religiosa fuese pasto de las llamas al comienzo de la Guerra Civil y que el propio artista no firmara la autoría de sus obras.

La vida de Gregorio Guerrero Laplaza comenzó un 28 de noviembre de 1845 en Peñas de San Pedro, localidad en la que transcurrió su infancia y donde su padre Balbino ejerció de carpintero en una casa de la calle Mayor, «que hacía las veces de residencia y taller al mismo tiempo», recoge Miguel Ángel Molina en esta biografía histórica.

Es en ese taller paterno donde Gregorio Guerrero se inició en el oficio para luego continuar su aprendizaje en el negocio que montó su padre en la placeta de San José de Albacete capital, donde el tallista protagonista de este relato empezó a hacerse cargo de sus primeros trabajos importantes como fueron las puertas de la casa de Rafael Serrano Alcázar. 

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