Eloy M. Cebrián

Eloy M. Cebrián


Caminantes

08/07/2022

Si nuestros antepasados levantaran la cabeza y echaran un vistazo a su alrededor, una de las cosas que más les sorprenderían sería lo que hemos hecho con las costas de este país. Hablo del uso del mar como vertedero, de los desmanes inmobiliarios, del esquilme y degradación de nuestras aguas y de todas esas catástrofes que han llegado a parecernos casi normales porque no hemos conocido otra cosa. Hasta bien entrado el siglo XX, no era extraño que un habitante del interior muriera sin llegar a ver el mar. Muchos lo vieron por primera vez cuando los embarcaron hacia Cuba o hacia África (en numerosos casos sin pasaje de regreso). Los habitantes de la costa que realmente conocían el mar eran los que vivían de él. Algunas grandes ciudades, como Valencia, incluso se empeñaron en darle la espalda a su mar, excepción hecha de los pescadores, marinos y trabajadores portuarios. El marisco era comida de pobres y lo de los baños de mar pura extravagancia. Ahora nuestras playas están literalmente sembradas de cuerpos humanos, en algunos casos en grado tal que resulta difícil distinguir la arena entre una epidermis y la contigua. A un español de los siglos XVII o XVIII semejante espectáculo le habría parecido una visión del infierno. Pero creo que lo que más le hubiera extrañado son los caminantes, ese ejército de españoles y guiris que surca sin cesar las playas de este país, sin ningún propósito en concreto salvo una vaga intención deportiva o recreativa. Los hay que corren, los hay que caminan y los hay que renquean. Unos van vestidos con colores fosforitos mientras que otros se exhiben casi desnudos. Muchos hablan entre ellos o con sus móviles, y otros mantienen animosos la vista al frente y parecen decididos a alcanzar algún confín remoto. Son la España estival, la España vacacional postpandemia, la España en movimiento. La única España que sigue mostrando algo de vitalidad en los tiempos que corren.