Cada día que pasa, los Presupuestos Generales del Estado (PGE) que presentó el Gobierno el pasado seis de octubre están más en entredicho. Desde que el Ejecutivo hiciera públicas las cuentas, ningún organismo financiero, ya sea internacional o nacional, ha dado su visto bueno. Al Banco de España, a Funcas o al FMI, por poner solo algunos ejemplos, se les ha unido esta semana la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (AIReF), que, por boca de su presidenta, Cristina Herrero, constataba la ausencia de información en términos de contabilidad de más de 1.200 millones de euros, lo que incluso llevó a la institución a dudar sobre si conceder su aval. Es más, Herrero ahondó en la herida tras sostener que la previsión de ingresos para el próximo ejercicio no es 'realista' y que no se pueden aplicar nuevas medidas encaminadas a paliar los efectos de la alta inflación, no contempladas en el proyecto inicial de los PGE, ya que las cuentas se desvirtúan por completo, dado que el resultado final no puede ser nunca el mismo.
El Gobierno sigue a lo suyo y, aunque ha rebajado sus previsiones iniciales de crecimiento para 2023 del 2,7% al 2,1%, la mayoría de las entidades financieras están corrigiendo de manera drástica la tendencia, con caídas mucho más pronunciadas que las que defiende Calviño. En este sentido, la Fundación de Cajas de Ahorro (Funcas) recortó de manera contundente su estimación de crecimiento para el próximo ejercicio, con una caída que dejaría al PIB en un pírrico 0,7%, y, aunque constató el buen ritmo del presente año, advirtió que España podría dar síntomas de agotamiento en el último trimestre, que incluso le podría llevar a la denominada recesión técnica. También BBVA pronostica un 2023 complicado, con un descenso del crecimiento en todas las comunidades autónomas.
Es indudable que las previsiones económicas en un contexto actual de tanta inestabilidad, con un IPC disparado en la mayoría de los países y una política monetaria alcista a nivel mundial, que provoca un marcado encarecimiento del precio del dinero, pueden sufrir cambios inesperados y los porcentajes quedarse en papel mojado. Pero cuando todos los organismos, incluido el mismísimo FMI, enmiendan los pronósticos del Gobierno, ya no solo los referentes al PIB, sino también a los que tienen que ver con el optimismo existente en torno a la reducción del déficit, las alarmas comienzan a sonar con fuerza. El Ejecutivo debe ser más realista para no volver a cometer los mismos errores del pasado, dejar de maquillar los números -para eso ya está el CIS de Tezanos- y reconducir el rumbo para poder afrontar un futuro, cada vez más incierto, con muchas más garantías.