El próximo 27 de septiembre, domingo, es la fiesta de San Vicente de Paúl. Mucho suena su nombre; de hecho, es uno de los santos más buscados en Google, pero, poco, relativamente, se conoce de su obra, en un momento histórico que tiene características parecidas a las que nos toca vivir en este tiempo de pandemia.
La vida de Vicente de Paúl, desde su comienzo hasta su muerte, en 1660, con 80 años a sus espaldas, está inmersa en una pandemia general permanente: peste, guerra, hambre, miseria moral y humanitaria; niños abandonados, pobres y mendigos por todas partes, que reclaman medios urgentes de supervivencia. Durante la vida de San Vicente, Francia entera se desangraba, envuelta en cruentas contiendas intestinas (Guerra de la Fronda) e interminables guerras internacionales (Guerra de los Treinta Años).
Todavía joven sacerdote, Dios le sale al encuentro precisamente un domingo en que se preparaba para la celebración de la misa, en un pueblecito del sur de Francia, Chatillon les Dombes. Antes de comenzar la celebración dominical le avisan de la situación extrema de una familia que, materialmente, se muere de hambre. El pueblo entero acude a ayudar a aquella familia. Sobra de todo, aquella noche, pero, ¿y los días sucesivos, que va a pasar?
Así de simple, así de sencillo: no basta con socorrer al pobre y necesitado en un momento concreto, sino que hay que hacerlo organizada y corporativamente. Comienza a organizar las caridades: Cofradías de Caridad, las llama él. Y este es origen de lo que hoy llamamos AIC, Asociación Internacional de Caridad. Pero, esta es sólo el embrión de una gigantesca obra de caridad que abarca todos los aspectos y pobrezas del ser humano: del hambre material a las carencias intelectuales y morales; del odio y la guerra a las causas que las producen.
De la mano de la primera institución de Caridad nacerán, como por generación espontánea, otras instituciones que cubrirán la amplia gama de carencias y pobrezas de la sociedad de su tiempo: Hijas de la Caridad, que atenderán al pobre en sus casas y llenarán de pequeñas escuelas los barrios marginales; la Congregación de la Misión o Padres Paúles, que asumirán como Misión específica la evangelización de los pobres del campo y formarán a los sacerdotes que los atienden.
Y lo que es aún más admirable, Vicente de Paúl, con gran influencia en la corte francesa, ya que era confesor de la reina consorte, logra involucrar a la alta sociedad femenina en la atención y servicio de los pobres, y más específicamente en la atención y acogida de los niños abandonados: ese es el origen de lo que en su tiempo llegó a llamarse: Damas de la Se adelantó así, en siglos, al intento de acercamiento y colaboración entre las distintas clases sociales.
Esta corriente de caridad rompe fronteras y tiempos: llega como corriente de agua limpia, como soplo del espíritu, a todas las latitudes. Por eso, Vicente de Paúl no es solo el gran Santo del Gran siglo Francés, sino también y, sobre todo, el Patrono universal de la Caridad. Mas de 200 instituciones cristianas, católicas y no católicas, se declaran hoy herederas del espíritu o carisma vicenciano. Ellas constituyen lo que llamamos la gran Familia Vicenciana universal.
las periferias. La Familia Vicenciana se establece en Albacete, siguiendo los impulsos de su carisma, de atender, prioritariamente, a los más pobres, o de establecerse en las zonas más necesitadas de servicios pastorales o sociales. Primero, llegamos los Paúles, en 1970; después, las Hermanas, en 1983. Y de estos troncos consolidados nacen después las distintas ramas de la Familia Vicenciana global: AIC, SSVP o Conferencias de San Vicente, Asociación de la Medalla Milagrosa, JMV o Juventudes marianas Vicencianas. Poco importa el orden de llegada o de comienzo de sus actividades específicas, lo importante es que todos estamos aquí, situados en las periferias de Albacete, o en los emplazamientos de mayor urgencia pastoral o social de la ciudad.
(Más información en edición impresa)