Antonio García

Antonio García


Jeff Koons

27/02/2023

El mundo del arte ha ampliado sus dominios, y ya no se valora exclusivamente el producto en sí sino lo que acontece en su entorno. De este modo, la rotura o el deterioro de una obra, durante una exposición, sea de modo involuntario –un topetazo- o voluntario –como forma de crítica extrema- pasa a convertirse en una performance que multiplica el valor del objeto afectado. La figuras escultóricas de Jeff Koons, conceptuado como artista neo pop, minimalista o kitsch, son las mismas que uno puede encontrar en un chino, mascotas, conejitos, ositos, si acaso aumentadas de tamaño, que por el simple hecho de colocarse en un museo o en una plaza pública se transustancian en arte. Una de las más conocidas, el perro globo, se hizo añicos por la torpeza de una visitante durante una feria de arte en Miami. No habría corrido esa suerte de ser un globo real, pues entonces hubiera volado por los aires –fenómeno antigravitatorio ajeno a las estatuas- o a lo sumo explotado con el concurso de un alfiler, sin dejar más residuo que un guiñapo de goma. Y eso, el globo de verdad, sí que es una obra de arte, anónima y popular, al alcance de todos los bolsillos. La morcilluda simulación se cotizaba en 40000 euros y no ha faltado el tontarra de turno que ofreciera millones por los piezas rotas, una gracia que de seguirse al pie de la letra invitaría a la destrucción de todo el patrimonio. En medio de otra celebración de ARCO, esto lleva a la reflexión de que el arte contemporáneo demanda una revisión a gritos, lo mismo que ciertas cabezas de artistas, marchantes y espectadores, incapacitados para distinguir el arte real de la engañifa, la creatividad del esnobismo, la sinceridad de la caradura.