Antonio García

Antonio García


Carlos Boyero

26/09/2022

El documental, hasta no hace mucho denostado como sinónimo de aburrimiento, utilizado como relleno de programaciones y siempre rehuido por el gran público, es ahora uno de los géneros estrella, y en su variante biográfica corre el riesgo de convertirse plaga, desplazando a las tradicionales biografías escritas. Hoy no eres nadie si no se te rubrica con un documental, o un biopic, señal de que has llegado adonde tenías que llegar. Creo encontrar la explicación de este fenómeno en la mayor digeribilidad del producto, que se despacha en hora y media frente a las largas sentadas que solicita la literatura. En su detrimento habrá que decir que la imagen del retratado resulta mucho más parcial, no siempre verdadera, y cuando el interfecto está de cuerpo presente, normalmente halagadora, secundado por voces amigas que no la enturbian en demasía. Entre las víctimas recientes de estos homenajes, y solo en España, recuerdo a Francisco Umbral, a Jesús Franco, a Paco Loco, a los que ahora se incorporan Joaquín Sabina y Carlos Boyero, presentes en el festival de San Sebastián. Tengo interés en ver en qué para el de este último, un irritante crítico ya familiarizado con la cámaras por sus breves cameos en películas de amiguetes. Más que el último gran referente de la crítica –como dicen los suyos- es el último mohicano, atrincherado en sus clásicos y refractario a cualquier innovación tanto estilística como tecnológica. En la gran cadena de crítica cinematográfica viene después de Ángel Fernández Santos, escritores de una estirpe a los que se reconoce el plumero enseguida, en el buen sentido, porque ponen entraña en lo que cuentan, por más que esa entraña a veces se nos haga bola.