Leyendo según qué análisis uno puede llegar a la conclusión de que el cambio de posición de España en el Sáhara es una gran obra maestra. El constructor ha sido susurrado convenientemente esta última semana y presupone una negociación a varias bandas de la que todos saldríamos ganando. Estados Unidos y la Unión Europea se asegurarían una barrera de seguridad para taponar el caos (cada vez más monstruoso) del Sahel. Marruecos obtendría por fin vía libre para quedarse con el Sáhara Occidental, Argelia podría vender todo su gas durante los veinte años que le quedan a los hidrocarburos antes de la desconexión ecológica....Y España estabilizaría su frontera sur, reforzaría su posición en la OTAN, aseguraría Ceuta y Melilla y se convertiría en el nuevo nudo gasístico del continente. Una jugada diplomática redonda, en la que incluso los saharauis a medio plazo acabarían teniendo una vida mejor que la que tienen ahora.
Sería bonito si no fuese porque no es verdad. La mitad de estas promesas se han truncado incluso antes de ser formuladas. De paso el PSOE se ha quedado en minoría en el Congreso y Argelia amenaza con trasladar a Italia su proyecto para abastecer el continente. Lo único que hemos logrado es una tregua momentánea con el vecino levantisco y la promesa de que controlarán durante un tiempo los flujos migratorios para evitar escenas como las vividas en Ceuta mientras en el ministerio de Exteriores estaba Arancha González Laya, o como las vividas en Melilla en las últimas semanas, con José Manuel Albares ya al timón, y el 'prime time' secuestrado por las noticias de Ucrania. Entre los diplomáticos españoles se sustancia la impresión de que más que una obra maestra es una nueva pifia mal calculada. Y llevamos unas cuantas.