Soldados contra el virus

Agencias
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Las Fuerzas Armadas han sido claves durante el estado de alarma por su despliegue sobre el terreno, con casi 20.000 actuaciones por toda España para luchar contra la expansión de la enfermedad

Soldados contra el virus

Hasta 8.000 militares llegaron a estar desplegados en un día en Balmis, la mayor misión del Ejército en democracia. Los profesionales de las Fuerzas Armadas que estuvieron a pie de calle sitúan los momentos más difíciles en esas semanas de marzo de hospitales saturados, cuando fueron testigos de la situación «dramática» en las residencias de mayores. 

«Impresiona ver cómo un país de la categoría del nuestro se puede ver en esas circunstancias tan difíciles». El que habla es el comandante Luis Rodríguez Álvarez de Lara, al frente de un equipo de la UME de 145 personas especializado en riesgo biológico que se ha encargado de desinfectar y de trasladar enfermos y fallecidos, sobre todo, en Madrid.

Si se le pide mirar atrás le vienen esas noches de marzo en las que llegaron a trasladar 200 pacientes y no sabe cuántos muertos. «Veo algo que nunca quería haber visto, algo para lo que me he preparado, pero que he tenido que hacer dentro de mi propio país. Es duro», asegura este segoviano de 45 años.

Su Grupo de Intervención en Emergencias Tecnológicas y Medioambientales, acostumbrado a ponerse equipos de protección individual (EPI) y formado para lidiar con enemigos invisibles, ya estaba listo antes del estado de alarma. «Durante las semanas anteriores habíamos hecho un seguimiento de todo lo que estaba ocurriendo, tanto en China como luego en Italia», señala. Por eso, el primer día salieron a las calles y el segundo se pusieron a desinfectar, en muchos casos residencias de mayores donde se encontraron una «situación bastante dramática». «Una cosa es estar preparado y otra es vivirlo», dice recordando esas intervenciones que les pusieron en «situaciones límite» que dejan huella.

De Balmis, se queda con la ilusión en las caras de sus compañeros, el «vamos a por otro día» de por las mañanas en unas jornadas en que «nadie miraba el reloj». La tragedia, añade, ha hecho que salieran «más fuertes», porque «aquí las individualidades no valen».

Salida insólita

La Guardia Real se ha estrenado en Balmis patrullando las calles. Por primera vez, los que se encargan de la seguridad del Rey han salido de su sede en El Pardo para vigilar parques a caballo y visitar residencias de mayores. Como el teniente Salvador Contreras, a cargo de una de sus secciones. «Éramos los nuevos», dice evocando la reacción de sorpresa de los madrileños al ver a militares en lugar de policías. Y si les chocaban los uniformes castrenses, la sensación se multiplicaba al toparse con los mosqueteros. «Los ciudadanos no tenían claro qué cosas podían hacer, ante tanta noticia y vorágine de actualizaciones diarias», relata este malagueño de 28 años. Tuvo, recuerda, que echar mano de la empatía para lidiar con situaciones como la de una mujer con su perro paseando a cuatro kilómetros de casa. «Nos decía, con lágrimas en los ojos, que no podía más, que estaba frustrada de llevar un mes confinada».

Pero esa imagen queda muy lejos de las más duras que vivió Salvador. Fueron en los centros de mayores que visitaba para conocer su situación. Allí se encontró con «residencias desbordadas»,

algunas con «fallecidos con 24 o 36 horas sin retirar», los mismos días en que la ministra de Defensa, Margarita Robles, denunció que sus militares habían hallado ancianos muertos en sus camas.

Viaje a China 

Manuel Navarro, piloto del Ala 13 de Zaragoza, reconoce que tuvo la «suerte» de no haber sido testigo del drama en primera persona porque su labor en Balmis, entre bambalinas, fue traer a España material sanitario cuando aquí no había. Lo hizo al mando de los gigantes A400 y recuerda el primer vuelo a China, a finales de marzo, como «una odisea». «Estábamos en pleno boom de la pandemia, no había de nada, ni test rápidos ni material, era muy difícil conseguir cualquier tipo de ayuda». Y cuando por fin se encontró un vendedor, había que planear un vuelo con escalas «muy complejo» que duró nada menos que 80 horas, la mitad de ellas en el aire. Tuvo que dormir con los otros siete tripulantes en la cabina de carga, cada uno en su saco, parando a la vuelta para repostar en medio de la estepa rusa, en una ciudad cerca de Mongolia completamente cubierta de nieve. 

Antes de despegar de España, les pusieron sobre aviso de que una suerte de mercenarios les ofrecerían dinero en territorio asiático por venderles el material, aunque sabían, dice Manuel, «que con un militar hay poco que negociar».

Novato

Al soldado Sergi Rodríguez la operación Balmis le pilló recién llegado. Con sus 21 años, lleva uno y medio en el cuartel del Bruc de Barcelona, desde donde cada día salía con sus compañeros a desinfectar residencias, hospitales y otras instalaciones. «Fue emocionante», explica, porque pudo demostrar a los demás la razón que le llevó a meterse en el Ejército de Tierra: «Ayudar a las personas que lo necesiten».

Una vez más, las situaciones más duras las vivió en un geriátrico. «Nos dijeron que habían fallecido ya varias personas», recuerda algo triste para pasar al momento más bonito, cuando unos vecinos de Esplugas de Llobregat les aplaudieron al salir de una residencia de estudiantes.